Hay una definición de carácter que dice “rasgos de una persona que permite diferenciarla de otras”. Y así sería el carácter de Juan, que el mismo Dios en la persona de su hijo Jesús lo llamó, conjuntamente con su hermano Santiago, “hijos del trueno” o “hijos de la ira”. Evidentemente debe haber sido impulsivo, agresivo, amargado, grosero, vulgar y violento. Está claro que eran simples pescadores. Comunes y corrientes. Por lo cual no había nada particularmente especial en su crianza o su familia. Si pudiésemos indagar en las interioridades de su vida, tal vez encontraríamos que a menudo se agarraba a pelear con cualquiera. Y nadie, le recomendaría para nada. Menos le serviría de fiador. “Por naturaleza era orgulloso, agresivo, ambicioso de honores, impetuoso, sentía fácilmente los agravios y anhelaba vengarse” Diccionario Bíblico Adventista
Sin embargo, Juan y Santiago fueron los primeros discípulos que llamó Jesús para su ministerio. Obviamente el Señor vio algo especial en la personalidad temperamental de Juan. Pudo ver más allá de su presencia exterior y penetró en lo profundo de su alma. No se detuvo en ver lo que era, sino en lo que iba a ser en el futuro cercano. Por cuanto nuestro Dios no se detiene en considerar los rasgos de carácter que nos acusan, sino que sabe puede obrar un cambio positivo en nuestras vidas. Vio en Juan, un personaje entregado a la predicación de su evangelio, ennoblecido, refinado y purificado por su gracia.
Juan es la expresión vívida de una elocuente transformación. De una verdadera conversión. De un milagro andante. Y es que Cristo se deleita en tomar un material aparentemente sin esperanza y hacerlo objeto de su gracia. Se convirtió en un discípulo tierno y amoroso. Su persona destilaba el amor que había en el corazón de su maestro. De ser un tizón ardiente listo a explotar por cualquier cosa, se transformó en un hombre amable, equilibrado y amoroso. Escribió. “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”1Juan.4:11
Lamentablemente hemos oído de boca de cristianos decir, que ellos son así y así morirán. Que no pueden cambiar. Que quien los quiera los quiere como son y listo. ¡Error! Juan, de ser un hijo de la ira, pasó a ser parte del círculo íntimo de Jesús. Estuvo en el monte de la transfiguración y en la crucifixión. Cuando María Magdalena informó que la tumba del Maestro estaba vacía corrió y creyó.
La historia de Juan solo muestra, demuestra y enseña que es pasando tiempo de calidad con el maestro como podemos recibir la influencia de su personalidad y podemos ser transformados a su semejanza. Por eso Juan creyó y así lo practicó. Creyó, que la esencia del cristianismo era y es el amor. Por eso el amor de Cristo fluyó de su corazón hasta por sus enemigos. La semejanza con su Maestro fue tal, que Judas tuvo que identificar a Jesús con un beso, por cuanto Juan se parecía mucho a él. ¿Cómo les parece?
Finalmente fue exiliado por el emperador Romano Domiciano en la isla de Patmos por causa de su fe y allí murió. ¡Hasta el próximo martes Dios mediante!