En la otrora época de las vacas gordas, con un petróleo boyante por encima –holgadamente- de los 100 dólares el barril, para nadie era un problema el costo económico que representaban las cadenas de radio y televisión, primero de Hugo Chávez y desde hace dos años de Nicolás Maduro. El problema de aquel momento, y sigue siéndolo, residía en cómo estas transmisiones de carácter obligatorio constituyen una violación al derecho a la información de los ciudadanos, ya que en medio de una cadena nacional de radio y televisión no hay posibilidad de que se emita otro mensaje, incluso que se brinde una información alternativa. Sólo hay una voz y es la de quien ocupa el sillón de Miraflores.
Bajo ese esquema, en contextos de conflictividad o en temporada de elecciones, las cadenas de radio y televisión devinieron en el recurso más usado por los presidentes chavistas. No sólo se potenciaba el mensaje propio, del chavismo, sino que al mismo tiempo se acallaba cualquier otro mensaje diferente. Cuando además se trae a colación el dato de que aún la mitad del país sigue sin acceder a otras fuentes de información, más allá de la televisión abierta o la radio, se puede entender cabalmente el efecto perverso que tienen las cadenas de radio y televisión sobre una parte muy importante de la población. Constituyen una suerte de blackout informativo sin necesidad de cerrar directamente a un medio crítico.
Son serios problemas de orden político-comunicacional e incluso de derechos humanos: la Constitución, por ejemplo, establece el derecho a recibir información libre y plural, y una cadena de radio y televisión es la negación absoluta de la libertad y la pluralidad. A todo esto, en medio de la muy dramática situación económica que vive Venezuela, es tiempo de mirar también seriamente lo que le cuesta al país el que el Presidente se encadene a su antojo por el sistema de radio y televisión. En esta época de vacas flacas, cada bolívar vale y los ciudadanos debemos exigir que se inviertan cabalmente y se manejen de forma transparente.
Durante todo el año 2014, la presidencia emitió 174 horas y 48 minutos de cadenas nacionales de radio y televisión. Eso incluye unas 6 horas de los llamados noticieros de la patria. Prácticamente el grueso de este tipo de transmisiones tuvo a Nicolás Maduro como protagonista y vocero principal. Se emitieron 163 cadenas en el año y en promedio, cada día hubo 28 minutos y 44 segundos de cadenas.
El volumen de este tipo de mensajes viene en aumento. En 2012 pese a ser un año electoral se contabilizaron 145 horas de transmisiones en cadena nacional de radio y televisión; en 2013 se elevó a 169 horas y en 2014 pasó a 174 horas. En un período de dos años, se elevó en 20 % el número de horas en las cuales los venezolanos no pueden elegir libremente cuáles contenidos ver o escuchar. Las cifras se pueden consultar en el sitio web http://monitoreociudadano.org o en la cuenta en Twitter @cadenometro.
Las intervenciones de Maduro por cadena nacional de radio y televisión le costaron a la nación unos 2,7 millardos de bolívares, estimando –de forma modesta- que cada minuto de televisión cuesta 255.156 bolívares. Si traducimos eso en dólares, usando la tasa Sicad II (la oficial más elevada) eso representa unos 55 millones de dólares.
La cifra de 2,7 millardos de bolívares tal vez no nos diga mucho así suelta, sin ponerla en contexto. Es exactamente el mismo monto del presupuesto total para ciencia y tecnología de este 2015. Las continuas intervenciones de Maduro en radio y televisión le cuestan a la sociedad, al país. Tanto le cuestan que son el equivalente a un sector tan prioritario para el desarrollo de una nación como lo es la ciencia y la tecnología.
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