La vida, el bien inestimable de la Creación, tuvo como artífices en el Arcaico temprano a bacterias, arqueas y eucarias, de acuerdo con el Sistema de Tres Dominios propuesta por Carl Woese en 1977. Al ubicarnos en la identificación de las ramas estocásticas de la vida, notamos como las cianobacterias y las actinobacterias, proceden del mismo troncal. Las cianobacterias iniciaron la gran aventura de la oxigenación de la atmósfera terrestre, tarea para la cual emplearon 1.100 millones de años. Entre las actinobacterias, se destacan la mycrobacterium leprae, mejor conocida como el bacilo de Hansen, la primera bacteria patógena descubierta (1874) en tejidos infectados y la mycrobacterium lepromatosis recientemente descubierta en 2008, artífices de la enfermedad de Hansen, la enfermedad mas excluyente y karmática de la historia, la más mitificada de todas, la imperdonable, el castigo secular divino contra las almas purulentas de culpa y pecado. El bien y el mal como frutos cercanos del árbol de la vida y del conocimiento.
Hacía falta que en el panorama mundial, emergiese la figura de un ser humano sin igual, que reuniera en sí mismo la bondad absoluta, la entrega por la más noble causa y a la vez, con el coraje y talento suficientes para datar sus logros y poco a poco, palmo a palmo, sin falsos complejos de investigación in vitro con falsas asepsias o hipocresías, fuera documentando sus logros para convertirlos en una ciclópea tarea de salud pública. Ese hombre fue y seguirá siendo Jacinto Convit, a quien el reconocimiento le llegó tardíamente con el Premio Príncipe de Asturias en 1987 y una postulación al Premio Nóbel de Medicina en 1988.
Jacinto vivió 100 años. Un siglo para dedicar sus días a sanar a sus compatriotas, con dedicación devota, con mística, esfuerzo y humildad, sirviendo a toda la humanidad con una de las contribuciones científicas más notables de cualquier época. La constancia fue el signo de su trabajo, su ética el valor con el cual premiaba todos los días a la carrera que le dio identidad y razón para vivir. Estuvo más cerca del contagio que ningún otro, al cual se aproximó con conocimiento y convicción para vencerlo. El Mal de Hansen, la enfermedad del oprobio universal de todos los tiempos, progresivamente ha ido disminuyendo sus efectos patológicos en todo el mundo, gracias a las técnicas que Convit combinó para combatirlo. Es a la posteridad que se encuentra reservada el más grande de los aplausos para quien indagó en los orígenes de la vida para protegerla. Lo hizo desde una posición con la mayor adversidad, sin medios ni posibilidades, sin recursos, con poca ayuda o ninguna, sin grandes laboratorios ni plataformas tecnológicas detrás de él.
En el momento en que los genetistas recibieron todos los flashes y el glamour del reconocimiento mediático, el humilde médico prócer de la dermatología en su país endémico, se ocultaba de la hidra de la fatuidad para ser efectivo en sus hallazgos. Nuestro Premio Nacional de Medicina debiera llevar su nombre como homenaje y agradecimiento eterno .La fecha de su nacimiento, debería ser declarada como el Día Nacional de la Salud, donde se hagan jornadas de sanación de las enfermedades endémicas en toda la Nación .De esa manera, proyectaríamos su legado para dominar a los vectores que enferman continuamente nuestro espíritu y cuerpo nacional, honrando de esa manera a la vida que fue Convit.