Por experiencia conocemos que el bombillo y el fluorescente se queman. Quemar, para nosotros, consiste en que tanto el bombillo como el fluorescente dejan de iluminar. Sucede así porque el filamento metálico que se ilumina dentro del globo de cristal, con el uso continuado se desgasta hasta convertirse en ceniza. En el fluorescente su filamento es una masa de gas contenida en el tubo de cristal al cual interiormente le han puesto una película de pintura blanca. Cuando el gas se quema aparecen en la película de pintura unas manchas negras. Es decir, en ambos casos, la incineración es el efecto del uso.
El recurso físico metálico del tungsteno del bombillo como el recurso físico del gas del fluorescente se van desgastando con el uso relativamente lento.
Estos recursos metálico el uno y gasífero el otro son fundamentales en el propósito de la iluminación. La iluminación es posible debido a que la energía eléctrica interviene activamente en la energía constituyente de esas masas. De modo que a la energía eléctrica, por no corresponder a las energías de esas masas, se la debe considerar como “energía interviniente”.
Lo fundamental en todo esto consiste en destacar cómo las masas que participan en la generación de la luz mediante la participación de una energía interviniente, experimentan un desgaste paulatino en el medio electrónico de sus átomos. Los electrones de los átomos de esas masas al transformar su energía fotónica en fotones de luz de la masa por la acción en ellas de la energía interviniente, va aniquilando con ello, esas masas hasta que, como ya lo dejamos dicho terminan por consumirse totalmente hasta la incineración.
Estamos hablando de la actividad realizada por el hombre en su imitación constante de producir el fenómeno artificial de la luz. En una crónica anterior reseñamos como el proceso natural de la luz de los días es enteramente igual al proceso que aplica el hombre a la energía eléctrica para producir la luz en los bombillos y en los fluorescentes. Si para estos medios artificiales hay un proceso de desgaste de las masas hasta su total incineración. Y si la atmósfera de la Tierra, como ya lo habíamos planteado, se puede considerar la masa gaseosa a la que la energía interviniente del Sol convierte en luminosidad, es razonable pensar que esa masa igualmente debe experimentar, por el uso continuado de la energía solar para iluminar los días, en un paulatino desgaste. Ahora bien, si esto es así como se presume, cabe preguntarse:¿cómo repone la masa de la atmósfera ese continuado desgaste de su masa? Este aspecto se tratará en la próxima columna.
@carlosmujica928
