En mi juventud y aun bien entrada la madurez, no me gustaba mucho la música del Wolfang Amadeus Mozart, la encontraba como de brinquitos y prefería el torrente musical continuo de un Wagner, por ejemplo. Han pasado los años -¡cuántos!- y el de Salzburgo se me ha ido metiendo en el alma. Con razón dicen algunos intérpretes musicales que hay que estar preparado, en sazón, para entender y tocar a Mozart, un compositor que, para muchos, no sido hasta ahora superado. Yo, que no soy intérprete de nada –sólo he tocado la puerta y las castañuelas- más lejos debía estar de este entendimiento.
Después de ver en Broadway el musical “Amadeus” y más tarde la película
sobre éste, le pedí a mi primo Alfredo Rugeles que me grabara en casetes lo que consideraba mejor de Mozart y él además me regaló una excelente biografía del personaje. De ésta y del musical me quedó claro que aunque el genial compositor, prodigio infantil, escribía música celestial como inspirada por ángeles, en su vida personal era un zafio. Me dije entonces y sigue vigente hoy, que se le podía aplicar aquella frase de Jesús a Nicodemo: “El espíritu sopla donde quiere…” (Jn 3, 8).
No seguía muy aficionada a la música del austriaco hasta que… Llegó un día en que oí la Sinfonía Nº 41 en do mayor “Júpiter”. Nada pasó con el primer movimiento, el Allegro vivace, pero al empezar el segundo, el Andante cantabile, sentí una cosa extraña, como un estremecimiento súbito en el corazón y me quedé extasiada: Mozart acababa de entrar directo y triunfante en mi poca cultivada cultura musical. Diría que de golpe y porrazo. Hasta una pieza teatral me inspiró, con ese nombre, para la lectura dramatizada de mis alumnos de teatro en el Programas de Formación de Profesores de la Universidad Monteávila. Desde entonces yo sigo a Mozart y vuelvo y vuelvo a ese Andante cantabile.
¿Pero a qué viene esta andanada mozartiana en vísperas de año nuevo?
Parecería más acertado un 31 de diciembre hablar de otra cosa, hacer ese lugar común de los votos por felicidad y prosperidad. No me sale. El país no está para rutinas festivas de fin de año ni yo tampoco. Enfermedad, problemas familiares, políticos, económicos y una ansiedad generalizada por el porvenir más incierto que antes nunca tuvo este país. Entonces…
Acudo a Wolfang Amadeus, porque su música es clínicamente conocida como terapéutica para la inquietud y la angustia. Apacigua, distiende, calma el oleaje del alma. En estos días oigo y vuelvo a oír sus composiciones, sobre todo ese Andante cantabile que recomiendo especialmente. Hay compases iguales o muy parecidos en el Andante del Concierto para piano Nº 21, pero no sé de cuál se copió Mozart a sí mismo. Ambos dan paz y armonía.
Por eso, al finalizar el convulsivo año de 2014 ando en una de Mozart.