Cierto día leí un interesante artículo publicado en EL IMPULSO, titulado Conocer al cardenalito de Venezuela, contribuye a su conservación, firmado por Danahé Figueroa Espinoza.
Soy educadora jubilada, escritora de cuentos infantiles. Me sentí motivada a dedicar uno de ellos a dicha ave emblemática de nuestro estado Lara, hoy en peligro de extinción. Por esa razón acudí a la redacción de dicho periódico y solicite hablar con Danahé. De inmediato vi llegar a una joven morena, menuda, de cabello muy corto y rizado, con una amplia sonrisa y unos ojos claros muy expresivos que jamás olvidaré. Me saludó muy amablemente, me identifiqué y le manifesté el motivo de mi visita. Me dijo: cómo no, profe, espéreme aquí. Regresó con un material muy completo.
Me despedí de Danahé con la promesa de llevarle mi cuento; pero no fue así. Cuando volví orgullosa del trabajo realizado, con una carpeta contentiva de mi hermoso cuento El Cardenalito Rafa, me encontré con la triste noticia que ya no estaba allí. Después me entere a través de una amiga periodista del terrible mal que aquejaba a Danahé.
No volví a saber de ella hasta el día en que leí que estaban invitando a una vendimia en la parroquia San Pablo, a la cual pertenecía Danahé. Contacté a mi amiga Dioselina, quien también forma parte de dicha parroquia y me informó que estaba muy delicada y tenía prohibidas las visitas. Al poco tiempo falleció.
Fui a la iglesia San Pablo donde la velaban, allí estaba serena, como dormida. Al observar el color de la urna me dije: Claro, tenía que ser blanca, allí yace un ángel.
Gracias Danahé. Siempre te recodaré con cariño. Descansa en paz.