El vice Arreaza se fue a México a decir una de las pocas verdades que han salido de su boca, como es que “contra Venezuela se ha perpetrado un robo de cerebros”. Y él – dice uno – es la más clara afirmación de lo que dijo. Una de las características de la verborragia patriotera que ha inundado al país en estos 15 años, tiene que ver con la separación entre el aparato fonador y el hemisferio izquierdo del cerebro. Como se sabe, este hemisferio controla el lenguaje, el pensamiento lógico, la escritura. El centro del habla, del pensamiento que nos permite analizar lo que sucede y del control de la mano derecha. Por cierto, de aquel también dependen las habilidades matemáticas y la sensibilidad.
Coloquialmente hablando, en la “revolución” la lengua y el cerebro están desconectados. La primera parece tener autonomía de vuelo para hacer de la habladera de paja una verdadera montaña de estupideces, cerros de demagogias y mentiras. Mientras ellos ocurre, el cerebro viaja hacia la “isla de la felicidad” donde están los expertos en sorberle el ceso a los adeptos al castrocomunismo, quienes se prestan, voluntariamente, para que no les dejen una sola neurona libre en su cavidad craneal.
Por una vez en su vida a este alto miembro de la cúpula roja le asiste la razón. En efecto, el robo de cerebros ha sido masivo y es fácil constatarlo en cada uno de los funcionarios de este régimen militarista colonizado. Desde el heredero que despacha en Miraflores hasta el último de la frondosa burocracia roja, uno siente que le sorbieron la masa encefálica para colocarle un chip que los hace repetir las mismas consignas, lemas y discursillos.
Los que el régimen reconoce como sus intelectuales son tan predecibles como Eleazar Díaz Rangel, Juan Barreto, e incluso José Vicente Rangel. O los que escriben en Vea, que parecen tener corresponsales en Afganistán, Paquistán o Siria, desde donde reportan el número de muertes que se producen en aquellos países en guerra, mientras pintan a Venezuela como un paraíso terrenal donde se vive en paz, no hay escasez y todo funciona como el engranaje de un reloj suizo.
Utilizan el más costoso sistema de información para mentirnos. Nos tratan como si los 30 millones de venezolanos hubiésemos peregrinado a la Habana, como ellos, para ponernos en la garra del castrismo, para que hicieran con nosotros lo mismo que le hicieron a la cúpula Madurocabellista, para que cumpliera y les obedeciera en este territorio, donde soberanamente mandan los seniles tiranos cubanos.
Sí, nos tratan como una recua de imbéciles, como a descerebrados en el más estricto del término, en cuyos cráneos vacios depositarán sus más burdas mentiras. Sus salas situacionales son usadas para pervertir la verdad y “vendernos” lo que a ellos les conviene. Como la “guerra económica”, el éxito total del “socialismo del siglo XXI”, su capacidad como proveedor confiable de todos los bienes y productos que necesitamos, la seguridad que nos garantizan, la educación de altísima calidad y, claro, el sistema de salud que es la envidia de Noruega, ese pobre país vapuleado por la chikunguña.
Y qué decir de sus más connotados voceros que se presentan como la tapa del frasco, los más inteligentes, los más impolutos en medio de la más dantesca orgía de corrupción hasta ahora conocida en nuestro país. Un tipo como Pedro Carreño, con su cara dura y sus corbatas Louis Vuitton, quiere ser contralor, y la muy “respetable” Luisa Ortega Díaz repetirá como fiscal. Está cantado, serán dos de eso que llaman poder moral, cuyo nombre parece una broma de mal gusto, dirigida a quienes carecen de materia gris hasta para discernir entre lo bueno y lo malo. Tiene razón el señor Arreaza.