Las voces de Penélope – El corazón roto de Malala

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alala Yousafzai es una chica pakistaní nacida en 1999 enSwat, llamada en el pasado la “Suiza” de Pakistán, situada relativamente cerca de Islamabad. Lo que hace largo el trayecto es el camino sinuoso de la montaña, al cual se accede después de pasar la puerta del Valle de Malakand. Veranos  frescos e inviernos duros se alternaron en paz hasta que los talibanes la  tomaron, después de la invasión de Afganistán por los EEUU.

Malala, resumió su hermosa intervención en la ONU, con una frase cargada de humanidad: “Un niño, un maestro, un libro, una pluma, pueden cambiar el mundo”. Autora anónima del “Diario de una colegiala en Pakistán” de la BBC Urdu, hoy tiene 17 pero a los 15, después de haber dado declaraciones a la televisión,sobre el derecho de las niñas a la educación, sufrió en un bus el ataque de un talibán, quien le disparó a la cabeza. La bala entró por su ceja izquierda, siguió a lo largo del cuello y se alojó en la espalda.
Nadie se explica cómo pudo salvarse,ni como una vez recuperada después de una riesgosa operación en el cerebro, en la zona del lenguaje, insiste en la educación para las niñas. Malala lo sigue haciendo con el valor adquirido por quien ha estado cerca de la muerte y exige disfrutar de la vida a plenitud. Una cosa llama la atención cuando uno la oye tomar posición a quien a su temprana edad, ha recibido el Premio Nobel de la Paz: la seguridad con la que habla y su rostro de mujer que ha vivido en los extremos.

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Hoy Malala afirma tener “el corazón roto” después de matanza de los 132 niños de la Escuela atacada esta semana en Islamabad por un comando talibán. No es para menos. Las mujeres del mundo no dejamos de estremecernos cada vez que nos enteramos de sus desmanes guiados por un fanatismo religioso impensable siglos atrás. Y las madres siempre pensamos en las otras madres.

Swat fue una especie de principado, cuyo gobernante “Wali” en 1922 –casi un siglo atrás- creó la primera red de escuelas primarias, que muy pronto incorporaron a las niñas, lo cual no suele ocurrir en los países islámicos. En Swat, florecían las escuelas secundarias y las universidades hacia 1952. Los maestros y los médicos del país se formaban allí. Las mujeres tenían acceso a la educación en esa especie de paraíso escondido en las montañas, convertido en una versión del infierno cuando lo tomaron los talibanes en pleno siglo 21 y lanzaron un amenazante edicto en el 2008.

Malala es el epítome de su generación. Hija de maestros, su padre fundó la escuela donde estudiaba cuando le fue prohibido asistir. Creció amando el conocimiento y preparándose para ser una profesional. Hoy es ejemplo de la resistencia activa por ser una de las primeras activistas por el respeto a los derechos humanos y el derecho de las niñas a la educación en el mundo. Vale recordar a Gonzalo Rojas en “Contra la Muerte”: “No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad/en mitad de la calle y hacia todos los vientos/la verdad de estar vivo, únicamente vivo/ con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo”.

 

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