El pasado lunes 15 de Diciembre se cumplieron 15 años del proceso político, comicial y constituyente que llevó a la redacción y aprobación de un nuevo texto constitucional. La tragedia de Vargas, sucedida el mismo día de la consulta de 1999, parece haber signado trágicamente el Texto Constitucional, pretendida expresión de un proyecto político erigido sobre una fuerte expectativa de cambio, expectativa que luego de tres lustros, mantiene una triste vigencia.
La Constitución, puesta hoy al servicio en interpretación acomodaticia de quienes detentan el poder, ha sido herramienta distorsionada no sólo para justificar la parcialidad política, civil y militar para quien sirve, sino para hacer patente en su olvido y maltrato, el sometimiento de todos los poderes del Estado a un solo interés, a una sola ambición, aquella que guía a la élite que controla el gobierno, y se asume blindada a cualquier atisbo de cambio o alternancia, en tropical eternidad absolutista y “revolucionaria”.
El incumplimiento de los derechos y garantías constitucionales, la violación cotidiana de derechos humanos y el cuadro de anomia social que, en caos silente, se va configurando en las horas que corren, ha generado una realidad constitucional asimilable al de una suerte de ficción, abstracción exquisita solo válida para justificar una acción oficial deslegitimada, o invocar la defensa de una “soberanía” que acusa al Norte imperial, pero calla y auspicia la traidora intromisión del gobierno cubano.
A pesar de iniciativas que, en el plano de un nuevo proceso constituyente como solución a la actual coyuntura de división y desintegración del Estado, auspician la recolección de firmas para activar dicho proceso como iniciativa ciudadana o popular, consideramos que no están dadas las condiciones ni sociales, ni políticas, ni institucionales, para llevar a cabo un nuevo proceso de tales características asumido como un posible escenario para dirimir la crisis política, que es sin duda una crisis de autoridad, crisis institucional profunda en la cual no parecen existir ningún tipo de puente, canal o vaso comunicante que logre articular un diálogo mínimo entre los actores políticos, sociales y económicos que hacen vida en el país. Paz endeble la que vive la nación, en la víspera de una Navidad gris y restringida al íntimo seno de la inocencia infantil o el autoimpuesto deseo de tranquilidad familiar, paz sostenida quizá sobre la pasividad, el conformismo, el miedo o el poder y monopolio de las armas.Cualquier cambio en el escenario político del país, colocado por el fracaso “revolucionario” al borde de un abismo hiperinflacionario y de mayor escasez y aislamiento en lo económico, pasa por rescatar el espíritu de la Constitución como texto fundamental, y expresión de un pacto social y colectivo. Para que deje de ser eso en lo que este gobierno la ha convertido: Letra muerta.
@alexeiguerra