Resumir la carrera de Robert Pérez en pocas líneas no es cosa sencilla. Sus números en la pelota rentada nacional quedarán escritos con tinta indeleble en los registros históricos, por lo que citarlos en este texto, sencillamente, está de más.
Grandes hazañas y emociones se cansó de brindar el fornido jardinero, no solo a los seguidores de sus Cardenales del alma, sino a todos los amantes del béisbol venezolano.
No en vano se ganó el respeto de los aficionados de otros equipos, quienes lo aclaman en cada presentación de su última temporada en todos los estadios del país.
Su condición de gran pelotero en los momentos de apremio, además de la disciplina, dedicación y responsabilidad fueron los aspectos que lo convirtieron en la leyenda viviente de los pájaros rojos y la LVBP.
La emblemática “Pared Negra” se cansó de brindar alegrías. Estuvo presente en cada uno de los cuatro títulos alcanzados por la franquicia y fue protagonista principal en tres de ellos.
Aquel estacazo de cuatro esquinas frente a Leones del Caracas en el séptimo de la final (1998) silenció por segundos a un repleto estadio Universitario, mientras el júbilo estallaba en cada hogar de la región de los crepúsculos.
Otro tablazo memorable llegó en Valencia frente Magallanes en serie decisiva del año 2001. Ambas conexiones inolvidables para todos los que disfrutan del pasatiempo favorito del país. Para Robert Pérez era costumbre lucirse en parques ajenos y robar protagonismo al equipo local.
Agradecimiento eterno
En el plano personal, considero que formo parte de una generación privilegiada que creció viendo jugar a dos grandes peloteros como Robert Pérez y Derek Jeter.
El béisbol -y su extraña manera de regalar y quitar alegrías- deparó que los dos más grandes peloteros que vieron mis ojos se retiren una misma temporada.
No voy a caer en la discusión estéril de quien fue el mejor en Venezuela (Pérez o Víctor Davalillo), me conformo con asegurar que Robert es, por mucho, el mejor que observé en un terreno de juego.
Aquel 16 de octubre, cuando con la voz resquebrajada y lágrimas en tus ojos anunciaste el retiro definitivo como jugador activo, afirmaste que no sería fácil acostumbrarte a la realidad de no jugar todos los días y no poder hacer lo que mejor sabes hacer.
Te aseguro, admirado Robert, que para los amantes de la pelota, como este humilde servidor, tampoco será sencillo acostumbrarse a que no brilles con alguna jugada de feria en las praderas del Antonio Herrera Gutiérrez o no estés para dar el batazo que defina el juego a favor del equipo de tus amores. Aunque suene trillado, como dice el título de esta nota… Gracias, Robert.
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