Del bate de Robert Pérez han salido las alegrías más grandes que recordemos los fanáticos cardenaleros en la época contemporánea. Tablazos épicos, conexiones inolvidables. Por decir algo, aquel trío de cuadrangulares en una tarde dominical frente a Magallanes. O los jonrones y demás cohetes contra Caracas en aquellas emocionantes series por el título de finales de los 90.
Esos batazos, ante el acérrimo rival melenudo, antagonista de tantas luchas, los llevamos tatuados en la memoria. Nos los gozamos como lo hizo el mismo legendario jardinero guayanés. Nos dejaron sabor a gloria y un par de coronaciones (97-98 y 98-99). A sus 45 años todavía se presenta a la caja de bateo y nos sigue entregando momentos para el recuerdo. Cada turno suyo tiene un toque de historia y es, además, una oda a la constancia, a la disciplina. Pero, como todo en la vida, llega el momento de cerrar el ciclo. Su retiro, para despecho de quienes lo admiramos, tiene fecha programada.
Significa tanto para la divisa larense y para el mismo juego de pelota, que uno quisiera verlo jugar hasta la eternidad. Sin embargo -triste realidad- no es inmune al paso de los años, por más que su cuerpo atlético diga lo contrario. Ese guerrero de la vida nos dice adiós y con su marcha como jugador activo se nos apaga un tanto la alegría. Va a ser duro ir al AHG y no ver al inolvidable número 51. Lo aplaudimos de pie. Como dicen los franceses: “chapeau”. Gracias por tanto, admirado Robert.