Oír a la fiscal Luisa Ortega Díaz llamar, sin mencionar su nombre, a María Corina Machado “la derechista ex – diputada”, sin reparar que en su condición de fiscal es la representante de la vindicta pública y para ella todo ciudadano merece un escrupuloso respeto debe ser tratado exactamente igual; oír a quien ocupa la más alta magistratura de la República, calificar de “basura” a Jesús “Chúo” Torrealba y a Alberto Federico Ravell sólo por opinar distinto a él; ver el uso abusivo que un ministro ha hecho de bienes del Estado, para asuntos personales y saber, además, que esa es práctica constante de todos los altos funcionarios, sin que se produzca respuesta de ellos mismos, ni de la fiscal ni de los órganos jurisdiccionales llamados a castigar ese delito; ver el drama de las cárceles y oír las excusas increíbles que los funcionarios responsables han dado por la violación de los derechos humanos cometida en esos recintos, cada vez más dramática y dolorosa.
Presenciar y sufrir “en 30 días una devaluación del bolívar jamás vista en Venezuela” como lo ha dicho Ricardo Hausman; sufrir por lo menos una vez a la semana el corte de energía eléctrica por más de tres horas; acudir a cualquier supermercado o farmacia… y palpar grandes colas de personas y una enorme escasez de productos necesarios para una mediana calidad de vida; recordar a los presos políticos cuya libertad pide el mundo entero, en Lara, por ejemplo, continúa injustamente detenida María Elena Uzcátegui, por sólo haber ayudado a estudiantes en sus protestas; ver el acoso financiero que sufren nuestras universidades autónomas, precisamente por ser libres y plurales; ver y sentir el cerco comunicacional que el régimen viene imponiendo para que sólo se oiga, se lea y se vea lo que el régimen desea. Todo eso y mucho más, mi enumeración es corta, estremece por dentro y nos mueve a un cambio inmediato en la conducción política del país, a desear un cambio en las instituciones públicas, sometidas hoy al régimen y obsecuentes con el mismo. Lo descrito se vive, se sufre en Venezuela y me preocupa que sea ese el país que dejemos a nuestros hijos. Ese no es el país a que aspiramos. Venezuela está llamada desde su fundación, a ser libre y soberana de toda dominación extranjera y no sometida al oprobioso yugo cubano actual que produce tristeza por la humillación a que somete a la nación. Ese no es el país a que aspiramos. Aspiramos por el contrario, a una nación dueña de su destino, de instituciones fuertes, autónomas, libres, plurales en su integración, aspiramos a un país modelo de desarrollo económico y social, de respeto a todas las corrientes del pensamiento. Por ese país es la lucha que se debe librar y ganar.
Se cayó la institucionalidad, se acabó el Estado de Derecho, se esfumó la República.