La sexta nota en la escala de Do mayor, y la tónica de la escala relativa de La menor. Con ese “La” la conocíamos y la nombrábamos toda la parvada de sus hijos y de nosotros sus sobrinos, que recién habíamos despegado de las inmediaciones del piso en el proceso de levantarnos como prometedoras espigas en esa incertidumbre de crecer. Entonces fuimos una familia muy unida, fraterna, solidaria, aunque ninguno de estos términos fuesen de curso legar en la parla de la gente.
Tía La era de cabellos largos rubios que se tejía en trenzas amarillo oro; tenía los ojos intensamente azules y su piel blanca como la leche. Era una mujer muy joven y agradable. Tía La, entre las novedades de entonces como las pianolas, el piano y aparatos electrónicos, tenía una Ortofónica, instrumento reproductor de los discos negros de 78 revoluciones; papa Polán, su hermano, mi tío, tenía una victrola. El más grato de los gustos de tía La para sus hijos y nosotros sus sobrinos, era escuchar en sus ortofónica una alegre canción conocida como “Damisela”. Pero entonces a esos aparatos electrónicos nunca nadie se le ocurrió darles todo el volumen; se oían como quien manipula una pianola para que suene o como quien deliciosamente ejecutaba alguna pieza en el piano. “Por tus ojazos bellos como una flor la vida entera yo te daría por ti”; se oía de su letra, para proseguir: “damisela encantadora, damisela por ti yo muero; si me besas, si me adoras, damisela serás mi amor”.
Tía La estaba hecha de música y cuando la ortofónica reproducía este disco, se le veía el entusiasmo que le producía aquella dulce melodía hasta el extremo de tararearla alegremente. Tía La, en la dulzura de su cordialidad, le gustaba sorprendernos dándonos capirotazos en el lóbulo de las orejas. Era una manera de acercarse con su juego a nuestros afectos. Para toda la parvada de sus hijos y sus sobrinos, nosotrosnos llenábamos de alegría con las palabras: “Vamos para que tía La” Su animado espíritu de joven esposa era contagioso. Y para complacencia de sus hijos y de nosotros sus sobrinos, nos ordenaba: “tomen sus jarros y vayan al ordeño para que beban leche al pie de la vaca”. Y todos contentos y entusiasmados corríamos a tomar el envase y con el mismo contagioso entusiasmo íbamos hasta el fondo de la casa, en el solar, para llenar el jarro de blanca y espumosa leche.
La recuerdo con amable ternura, y se nos fue cuando traía otra criatura a la vida como cuentan que sucedió con ella cuando la abuela materna Soledad Arráiz de Mujica, alumbraba a tía La.
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