Reflexiones

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En las revoluciones intenta la abstracción sublevarse contra lo concreto: por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso. Ortega y Gasset.

Aunque por formación cultural no comparto plenamente esta afirmación porque expresa una resistencia epistemológica a los cambios, sin duda contiene una verdad axial como lo es el antagonismo entre la realidad y los sueños que suponen muchas revoluciones centradas en un idealismo que ignora el poder atávico de la individualidad frente a las elaboraciones teóricas de formas gregarias basadas en una solidaridad impuesta por la fuerza.

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Considero que es la defensa de esta condición humana centrada en el dominio de la individualidad lo que otorga permanencia y raíz al sistema democrático, porque como decían los antiguos griegos “soy súbdito de la Ley y no de un Rey”, expresión que enaltece la condición personal ante el Estado como colectivo.

Debido a estas razones es que el socialismo, pensamiento fundamentado en las bondades de lo gregario, haya tenido que adecuarse al modo de producción centrado en el Mercado para poder mantener un discurso de solidaridad social sin perder entronque con las esencias ontológicas del hombre. Nos referimos al socialismo moderno, por supuesto.

Por ello es que el gran drama económico de Venezuela se desprende de esta combinación o yuxtaposición de sueños y realidades. Aquí todo el mundo quiere ser millonario y al mismo tiempo enemigo del capitalismo. En función de esta dualidad perversa los políticos que administraron al país a lo largo de la segunda mitad del siglo 20 ataron la potencialidad productiva de nuestros empresarios a unas relaciones obrero-patronales confesa y explícitamente de inspiración socialista. En Venezuela no se articuló una relación armónica entre empresarios y trabajadores en función de la eficiencia productiva de las empresas sino en relación directa a unas expectativas laborales que desconocían los hechos económicos concretos. Al sincerarse la situación según la inevitable lógica del mercado, miles de empresas fueron a la quiebra dejando un río crecido de desempleo, mientras que el Gobierno, atrapado en el mismo modelo populista que implotó al «puntofijismo» se vio impotente frente a una ola de demandas imposibles de satisfacer.

Lo trágico del presente es que los gobernantes actuales ven al empresariado nacional como agentes extranjeros que reciben órdenes secretamente codificadas desde una ignota y clandestina oficina de FMI, cuando en realidad en su gran mayoría los empresarios venezolanos tienen todos sus activos en bolívares y sus esperanzas sembradas en la recuperación integral del país. Pero esta incomprensión fue previa al huracán político del ’98 ya que para complacer un oculto sentimiento de romanticismo izquierdista los líderes políticos de ese momento, permitieron que las universidades públicas se convirtieran en laboratorios ideológicos cuya finalidad era la destrucción del capitalismo. Darle su sitial de honor al trabajo productivo, al esfuerzo, al sacrificio, era la Revolución que se debió acometer hace muchos años, pero de manera irresponsable se soslayó esta obligación histórica para no contrariar a un electorado acostumbrado a un Weltfare State que ni siquiera Inglaterra pudo subsidiar, por ello ahora estamos tomando rumbo hacia los meandros epigonales del comunismo.

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