Hay amores en la vida que no salen a la luz porque la idea es que son tan íntimos, que no se comparten. De eso saben las rockolas, la psiquiatríay la filosofía. El amor tiene diversas manifestacionesno físicas. Una de ellas es el platónico. Ese que generó toda una escuela de conocimiento en occidente desde la Grecia antigua y que puso a Eros como intermediario entre la razón y la emoción del que aprende por amor.
En fin, que confieso mi amor platónico incondicional por toda la obra de José Ignacio Cabrujas, aunque no haya estado de acuerdo con todas sus posiciones y me siga doliendo mucho su forma de morir. De eso trata el eros platónico: de aceptar o no lo que el Otro afirma sin que ello afecte para nada nuestro criterio crítico. Se trata del acceso al conocimiento, que requiere de un discípulo cognoscente, capaz de llevar hasta las últimas consecuencias la capacidad de análisis y las confrontaciones que esto conlleva. Aunque sean íntimas.
Pues si. Ni la rockola ni don Jaramillo entran en el mismo saco pues ni son las mismas venas ni el mismo corte. Aunque el llamado amor platónico personal haya hecho correr licor y hasta sangre en el río. En este hay la alienación amorosa que impide cualquier atisbo de comprensión lógica de lo que ocurre y los niveles de reflexión huyen como pájaros de la noche. El amor humano requiere que no se le comprenda. Si no, nadie se enamoraría.
Y como todos los amores, el platónico cognoscente es inconstante y veleidoso. Ha de ser así porque el conocimiento nos enamora desde los lugares más insólitos y corremos tras él. Olvido y recuerdo a José Ignacio Cabrujas en medio de la nostalgia por el buen periodismo hace apenas dos noches, en medio de un insomnio feroz cuando releí la entrevista que le hicieran en 1987,Luis García Mora, Víctor Suárez, Trino Márquez Ramón Hernández, en un foro dela revista Estado&Reforma. Invito a releerlo. Su vigencia nos sigue ayudando a entender el origen del cómo somos, a través de la manera más inteligente y sencilla, de cómo funciona el Estado en un país marcado desde sus inicios, por la provisionalidad dela cual, mire usted, amigo lector, aún no salimos 27 años después, resumible hoy en “Dale y después vemos qué hacemos”, el igualitarismo, el miedo al mérito y un sentido mágico del papel del Estado.
En fin, que me tomo el antigripal y brindo por la afortunada tarde en que me equivoqué de hora y sala en la UCV y entré por error al ensayo de Acto Cultural y me quedé prendada, de cómo a partir de un hecho pueblerino, se mostrara metafóricamente la mentalidad de lo que somos, mediante el humor que punza y obliga a pensar. Y que el desolado Pío Miranda del “Día que me quieras”, siga mostrando la entrega irreflexiva a la utopía.
“Tengo la obligación como intelectual, como artista o lo que diablos sea yo, de tomarme en serio a los hombres que hacen política en Venezuela”, nos dijo una inteligencia llamada Cabrujas, cuya presencia nos sigue haciendo falta hoy para enamorar desde el humor, -no la comicidad-, de la reflexión profunda sobre el país que somos.