Los Estados Unidos es un gran país con muchos aspectos positivos, pero también muchos que son una vergüenza. Uno de ellos es la manera como algunas ciudades están enfrentando la presencia de indigentes, los sin techo que deambulan por las calles,a los que, aun siendo inofensivos, consideran como una molestia y una plaga inaceptable: la pobreza y la miseria de los “otros” siempre asusta y nos recuerdan que muchas cosas están fallando, pero preferimos no averiguar cómo esta gente llegó a ser indigentes.
Para invisibilizarlos, algunas ciudades, por ahora 22 de ellas, están aplicando la política de prohibir las ayudas que individuos y organizaciones de caridad quieran darles, aplicando cárcel y multas a quien no atienda las ordenanzas. Recordemos que la distribución de alimentos y los refugios temporales, son esenciales para llegar al día siguiente, especialmente en noches de invierno.
Los norteamericanos tradicionalmente exaltan el “Self made men”, el hombre que a pesar de sus dificultades y muy humildes orígenes supo sobreponerse y convertirse en hombres de bien, aunque no necesariamente rico. Esto, dentro de su visión religiosa, es una señal de haber sido bendecido por Dios. Al contrario, la condición de indigente es considerada como un castigo divino, consecuencia de no haber sabido aprovechar responsablemente las oportunidades que le dio la vida por borracho, vago o ladrón y, por lo tanto inmerecedor de conmiseración o de ayuda.
Como explicó un policía, si se quiere alejar a los perros callejeros, no se les da comida. Pero no se trata de perros sino de personas, muchas de ellas muy vulnerables y que no tienen la posibilidad real de sobreponerse a su condición por ser ancianos, enfermos, débiles mentales, o niños que no se están educando. Son muchos los que no se dan cuenta que el sistema económico, además de bienestar para mucha gente, también produce pobres y excluidos.
Hay más: pueden prohibir que se les de alimento y refugio, pero no pueden prohibir que vivan en las calles, pero les limitan el número de bienes que cargan consigo: una colchoneta, una manta y algo de ropa. Y con eso solo logran hacer a los miserables aún más miserables. A esos gobernantes bien pensantes no les interesa aliviar la indigencia pues sería como levantar el castigo que Dios les impuso.
Obviamente, muchísimas organizaciones, incluso de carácter religioso, están luchando por ayudar a los pobres y hay ciudades que les están ofreciendo alternativas interesantes. De estas ya nos ocuparemos mas adelante.
Dedico este artículo a Argenis Giménez, el “Loco de la Pancarta” quien sí sabe de patear calles, dormir al descubierto y sufrir discriminación y cuyas luchas lo muestran como una persona sensata y sensible.