Luis Moreno hoy día le agradece a Dios haberle aclarado los pensamientos. Sabe que la droga es el camino fácil para el dinero pero la vía directa al infierno.
En abril de 2011 salió del retén de El Manzano, donde estuvo poco más de dos años por el delito de robo, pero su entorno cambió, “la tentación siempre llegará, pero la mente es otra”, afirma con valor.
Al salir del Centro Socio Educativo Pablo Herrera Campins no tuvo una opción de trabajo inmediata, incluso, en principio ayudaba a su familia en el mercado San Juan, y aunque sabía que necesitaba ganar dinero, no se dejó llevar por la tentación de caer nuevamente en el mundo delictivo.
“Como al mes recibí una llamada. Me dijeron que el gobernador Henri Falcón se quería reunir con nosotros; quedé sorprendido. Nos llevaron a dar una charla y al escuchar nuestros testimonios, muchos lloraron”.
Actualmente, Moreno es recreador del departamento de Deportes Para Todos en Fundela, “puede que gane poco, pero vivo con la conciencia tranquila”, dice el joven reinsertado a la sociedad y quien lamenta que al menos otros 100 muchachos que estuvieron con él en El Manzano y que querían un cambio, volvieron a caer por la falta de apoyo.
Ya a sus 20 años conoce la cárcel, la droga, el mundo delictivo en general, pero también al Señor, a quien le abrió las puertas de su corazón para comenzar un cambio de vida, esa que le permitió una vez más estar muy cerca de su madre.
“Todos los fines de semana me iba a visitar, le decía que no me importaba si me llevaba algo, para mí lo más grande era su presencia. Hubo una oportunidad donde no pudo asistir y me sentí muy mal, porque los demás estaban con los suyos (…) Imagino que cuando una madre da a luz piensa: aquí nació mi ingeniero, mi abogado, mi médico, por eso ellas siempre esperan el cambio y yo lo di”.
“Fui saliendo a la calle poco a poco, cometí errores y me castigaron. Tenía amistades ‘malas’ pero ellas no te dañan, la decisión la toma uno. Muchas veces me dijeron que no lo hiciera pero quería experimentar”, rememora el joven.
A los nueve años muere su padre y quedó con su mamá. “Éramos tres hermanos. Ella tenía que trabajar y yo me quedaba con mi tío quien tenía un carácter fuerte y me regañaba. Exigía respeto, pero no lo daba”.
En la calle intentó buscar afecto, “estudiaba pero repetía varias veces en la primaria, además era muy problemático, todos los días me citaban el representante y yo ni avisaba. Una profesora me dijo que hasta una estatua me iban a hacer”, comentó al recordar ese pasado que ya quedó atrás.
Hasta que el cambio llegó
Las reflexiones invadían a Luis Moreno, observaba a Carlos Falcón y al grupo de cristianos evangélicos hacer su trabajo: oraban, guiaban a los demás por el buen camino, entre otras actividades. “Hablé con él y comencé a darle un vuelco a mis días. Al principio se burlaban. Una vez le dije a una novia que los cristianos le tienen miedo al mundo; después yo me convertí y me preguntaba si yo no le temía al mundo”.
Nunca imaginó convertirse, pero comenzaron el trabajo, primero fueron cinco, después sumaban 55 a quienes les entregaron la letra B.
“Eso era muy feo, las paredes parecían negras de lo sucio cuando originalmente eran azules. Todo lo cambiamos, nos cortamos el cabello y pusimos 45 normas, entre otras, no gritar, no decir groserías, formábamos para ir a comer; al principio todo se cumplía”.
El buen comportamiento y el ímpetu de luchar por un mejor porvenir, hicieron que Luis Moreno saliera cuanto antes de la cárcel.
Hoy día sueña como cualquier joven. Agradece a Mariely Sánchez, directora del Saina para el momento, a Carlos Falcón y al gobernador, por el apoyo que le han dado.
Cabe destacar que tras la salida de Falcón como director del lugar, todo cambió nuevamente, incluso en las letras o áreas donde había ese “régimen” especial es ahora donde más peleas se forman y salen heridos.
La droga lo llevó a robar
Luis Moreno también conoció el mundo de la droga. Probó y al día siguiente quería consumir de nuevo.
La historia se repitió. La falta de ropa y carencia de cosas materiales lo llevaron a robar con unas amistades de Barrio Unión, “eran como 30 y de ellos quedan unos 10; el resto están muertos, presos o siguen molestando. Me da dolor porque pocos fuimos los que dimos el cambio”.
Al tener un año aproximadamente, cometiendo fechorías, consiguió un revólver falso: “Ya tenía 14 años, ese viernes robamos un cyber en la mañana y un abasto como a las 5:30 p.m. en Andrés Eloy Blanco,”. Confiesa que les daba temor pero ya estaban metidos en ese mundo, hasta le pedía a Dios para que nos fuera bien”.
De ahí escaparon a bordo de un vehículo y en un semáforo los detuvo la policía.
“Dos funcionarios nos persiguieron pero llamaron a otros, llegaron como quince, revisaron el carro y se llevaron lo que había porque robamos quince mil bolívares en efectivo y cuando nos presentaron sólo había 500 bolívares en calidad de prueba”.
Al llegar a El Manzano los metieron en una celda de castigo, durmió con otro de sus aliados, estaban esposados. “Era muy incómodo, a los dos días nos metieron en una letra. Pensaba: Ahora estoy en cuatro paredes encerrado, esto no era lo que quería”.
Estando allí, las limitaciones comenzaron. “Mi abuela me recordaba las veces que había hablado conmigo y no hice caso; se me salieron las lágrimas. Fue un momento doloroso, pero le pedí fuerzas para salir pronto de eso”.
