Tiene razón Capriles, la Unión es el secreto para poder derribar el muro divisorio entre los venezolanos que se empeña en levantar el gobierno. Lo dijo en La Rosaleda Sur, mientras resolvía el problema del agua en ese sector de los Altos Mirandinos. Es lo mismo en lo que insiste Chúo, repitiendo las palabras del Himno, “la fuerza es la Unión”. Es lo que en la misma línea, ha dicho en Barinas nuestro gobernador Falcón, aquí hay un puesto de lucha para los decepcionados. El tesoro de la Unidad que hemos encontrado y cuidado con tanto esfuerzo, tenemos que ensancharlo. Que sea una casa grande donde cada día cabe más gente. Que reúna a todo el país que quiere cambio, que no se conforma y que no se rinde.
El proyecto, ha dicho el gobernador de Miranda, debe “incluir a todos por igual, a través del reconocimiento y olvidarse de los prejuicios”. Nadie puede negar que su prédica ha sido coherente e insistente por años. Así lo exige el horizonte del progreso. Si uno tiene la vista puesta allí, sabe que la vocación es de crecimiento, de ensanche, de mano tendida a quienes van sintiendo la decepción para que no los gane la desesperanza, ese sentimiento negativo que el poder quiere inculcarnos con diabólica sagacidad, para que nos convenzamos de que no hay nada que hacer, que no vale la pena luchar. Cuando es lo contrario.
La realidad actual acerca a ese pueblo venezolano que el gobierno ha dividido y enfrentado. El hombre y la mujer, el pobre y la clase media empobrecida, el joven y el adulto y el viejo, se encuentran sufriendo la escasez y el alto costo de la vida, la violencia delictiva y la decadencia de los servicios públicos. No hay diferencia real, tangible, cotidiana, que separe a los venezolanos como el gobierno interesadamente pretende. Pretende porque le conviene. Por eso la metáfora del muro que ha puesto sobre la mesa Henrique Capriles es pertinente. Como en Alemania el gobierno del Partido Socialista Unido de allá levantó un muro artificial y arbitrario para dividir a sus compatriotas, aquí la propaganda se empeña en levantar un muro sicológico que impida encontrarnos, que nos haga vernos como enemigos cuando no lo somos.
Y las dificultades políticas y económicas de Venezuela, que son muchas y muy apremiantes, todas por cierto consecuencia de las fantasías, prejuicios y complejos de quienes llevan quince años mandando, en vez de ayudarles a darse cuenta de la realidad, como que les ponen una venda más gruesa en los ojos de la conciencia y el corazón. Creen, o fingen creer, que la solución a los problemas que han causado es agravar y aumentar las causas en lugar de atacarlas. Evidencia reciente de esa terquedad en el error, es el anuncio tan pomposo como perverso de abrir una línea que podríamos llamar 0-800-SAPO, para que por teléfono o correo electrónico el pueblo delate a los conflictivos y otros “saboteadores”, porque son los culpables de que la bicicleta no vuele. Y ¿cómo va a volar, camaradas, si es una bicicleta?