Las voces de Penélope – La gente se sigue yendo

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En Panamá llueve todos los días durante meses seguidos. Cuesta acostumbrarse a un clima que de entrada pareciera estar regido por la inestabilidad, pero que viéndolo bien obedece a rigurosas reglas atmosféricas propias de regiones como la de ser un istmo entre dos grandes océanos, al sur de las grandes corrientes que provienen de hemisferio norte y al norte de las que provienen del hemisferio sur.Istmo cruzado a su vez por grandes ríos y poblada por muchísima vegetación. Un verso suelto de Luis C. Guevara va y viene mientras escribo: “El agua es antesala de otra audacia“.

A veces la humedad agobia. El calor recuerda a Maracaibo pero sin el fresquito nocturno. Otras, el frío se cuela en la madrugada como en cualquier ciudad andina e incluso Barquisimeto. Aprender a entender los ritmos y humores de una tierra que se me antoja generosa – en agua, verdor y calor´- no deja de ser una tarea cuesta arriba para quienes vienen de climas más variados y previsibles.En todo caso, ayudará a recordar que forma parte de los nuevos aprendizajes vitales de centenares de venezolanos que arriban por el aire, en busca de vivir sin el corazón en la boca ante tanta inseguridad. Eltrabajo y la calidad de vida es un añadido posterior.Emigrar no es fácil para la gente de un país que no tiene tradición ni experiencia de emigración sino de inmigración. Menos para familias completas que dejan todo atrás y que incluso queman las naves antes de partir. O para la cantidad de chicos solitarios, recién graduados, empujados por sus familias ante el temor de que les pase algo. Llegan con unos cuantos dólares en el bolsillo a trabajar “en negro” como se llama el trabajo ilegal. No siempre han tenido las previsiones para cumplir con los requisitos legales exigidos, entre ellos el permiso de trabajo, que dura bastante tiempo en ser expedido. Otros con más experiencia, regresan pronto a pesar de poseer currículos envidiables. Los que tienen más perspectiva son los pequeños o grandes empresarios por tener este país, una economía de puertos.

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Nuestra gente, el mejor capital que tenemos en Venezuela, se está yendo desde hace años y al Estado ni al gobierno le importa. Venezolanos de todas las edades y profesiones tienen años trabajando, en países allende y aquende el mar. Algo que los caracteriza es su enorme amor por el patrimonio cultural venezolano. Cada uno a su manera, pone su grano de arena en donde le ha tocado trabajar y no sólo deja huella de su laboriosidad, sino de su venezolanidad, que es algo muy diferente al “nacionalismo”, herencia de los militarismos latinoamericanos.

Vivir en otro país ha de ser una decisión libre, no obligada por la inseguridad, el desempleo, la carestía y el deterioro de un país, el nuestro, a cuyo gobierno no parece importarle que la gente se siga yendo y que forme parte de migraciones valoradas en otros lares. El inconsciente es sabio. Ante mi desazón, otro verso de LCG resume lo que siento: “Me someto a las lluvias, no pregunto por nada ni por nadie”.

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