Cuando vemos las atrocidades que se hacen los hombres unos a otros nos quejamos que exista gente capaz de tanta maldad. Si pensamos en Bin Laden, Saddam Hussein y otros, quedamos igualmente impactados por la capacidad de mal que anida en el corazón humano.
Pero somos muy poco aficionados a mirar dentro de nosotros. Diera la impresión que en cuanto al problema del mal, todos “vemos los toros desde la barrera”. Siempre hay chivos expiatorios del mal social, pero en ningún caso somos nosotros. Es una gran ingenuidad porque todos nacemos con un defecto de fábrica que deseando hacer el bien, hacemos el mal, en lugar de querer, odiamos. Extraño, ¿verdad?
Elie Wiesel, superviviente de Buchenwald y premio Nobel de la Paz se preguntaba en la Naciones Unidas: “¿Cómo es posible que hombres educados, inteligentes, o simplemente ciudadanos que respetaban las leyes, hombres comunes pudieran disparar todos los días contra cientos de niños y luego escucharan a Bach por las noches?”
El Papa Juan Pablo II en la celebración de Jornada mundial por la Paz nos recuerda a todos que, creyentes y no creyentes, que “el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo por mecanismos deterministas e impersonales” sino que “el mal pasa por la libertad humana, que el mal tiene siempre un rostro y un nombre el rostro y el nombre de los hombres y mujeres que libremente lo eligen”.
Sabemos que el mal no está solo en los demás, en los “malos famosos”. Nos basta con mirar al espejo o con pararnos a reflexionar un momento para descubrir que el mal habita también dentro de nosotros, que el mal tiene también nuestro nombre y nuestro rostro”. Cuando elijo el mal, le he conferido mi rostro. Debemos reconocerlo para recorrer el camino del perdón y la purificación.
“El mal –sigue Juan Pablo II- es un trágico huir de las exigencias del amor. Ningún hombre, ninguna mujer de buena voluntad puede eximirse del esfuerzo, en la lucha para vencer el mal con el bien. Es una lucha que se combate solamente con las armas del amor”.
El amor es una palabra devaluada. Ha quedado petrificada al sexo. Pero no se entiende como perdón, como comprensión, como acogida. Elementos necesarios para reanudar amistades rotas, matrimonios agrietados, ofensas inventadas o con las heridas todavía abiertas, etc. Dice un profesor de medicina que uno de los mejores ansiolíticos es el perdón. Y es verdad.
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