Al totalitarismo se le llega por dos rutas principales: Por idealismo, soñando un mundo utópico y sin injusticias; o por envidia y resentimiento, buscando culpables ajenos a los infortunios propios.
Al extremo se ubican los sicópatas obsesivos que abrazan doctrinas con inhumano fanatismo. Son pocos, pero incluyen monstruos como Hitler, Pol Pot y Ernesto Guevara.
Los verdaderamente altruistas suelen abjurar la «doctrina» una vez que la comprueban como fracaso inviable, como estafa intelectual que apenas se sostiene en aberraciones como Corea del Norte y Cuba.
Los segundos jamás cambian porque en el fondo los mueve un odio oculto por sí mismos, que aflora cada vez que se miran al espejo.
Para ellos no hay lecciones aprendidas. Sus resentimientos se plasman en libretos de los cuales no pueden desviar ni un ápice sin que se derrumbe un castillo de naipes de mitos, medias verdades y descaradas mentiras. Al guión le amoldan filosofía, historia, sociología, economía, y aún estadísticas.
Luego del fracaso totalitario la especie rebrota como persistente mala yerba – amparada en nuevos nombres, etiquetas y disfraces. Podrán mezclarse con ecologistas, humanistas, verdes, morados o amarillos, pero el espíritu destructivo es el mismo.
El actual auge de «Podemos» en España produce un fuerte «déjà vu» sobre otras experiencias tercermundistas, donde personajes de la peor raíz totalitaria se cuelan entre novedosas caretas «sin ideología», como vengadores de grupos frustrados ante complicados contratiempos políticos, económicos y sociales.
El meollo de su mensaje es señalar «enemigos» con simplezas atractivas a los sectores viscerales y poco reflexivos
que en todas partes existen, agravando conflictos que terminan socavando a todas las instituciones y grupos estructurados de la nación, para dar paso a renovadas fórmulas totalitarias.
Tras santurronas actitudes, con colaboración de muchos tontos útiles y amplio financiamiento externo, a España hoy la acechan sucedáneos de aquella tenebrosa Pasionaria que tanto horror causó en etapas que todos creíamos superadas.
El oportunista apoyo a la independencia catalana indica que si quienes mueven a «Podemos» pudiesen despedazarían a la España moderna, atizando una nueva guerra de clases que devastaría sus libertades y productividad, multiplicando exponencialmente los problemas de la actualidad.
La mayoría sensata de España debe oponer efectivas bardas, erigir fuertes barreras, y desenmascarar a los vampiros resucitados dentro de «Podemos», para que jamás puedan lograr aquello que al final pretenden.
