Eduardo Crema, profesor de Historia del Arte en mi carrera de arquitectura, un erudito italiano felizmente arrastrado a nuestras costas por la ola bélica del Viejo Continente, me enseñó a “ver” a Miguel Ángel y despertó en mi una pasión por él. Ante las tumbas de los Medici en Florencia (1954) explicaba a mamá y mi hermana Berenice las expresiones de las estatuas yacentes: El Día, La Noche, La Aurora y El Crepúsculo. Nuestro guía dijo: “Usted sabe más que yo” y se quedó callado. Fueron muchas las emociones de mi primer encuentro real con el Buonarroti, hasta aquel estallido en lágrimas en la Capilla Sixtina frente al fresco del Juicio Final. Estaba agotada física y emocionalmente. Había salido manejando sola un automóvil francés desde Hendaye. Atravesé Francia, Suiza y Los Alpes, caí en Italia y llegué a Roma como último destino de nuestro viaje. Pero hoy sólo quiero hablar del Miguel Ángel escultor.
El David está en la Galería de la Academia en Florencia. Se entra a la sala como a un templo pagano donde el gigante de mármol luce solo y en éxtasis se admira la impresionante belleza del desnudo masculino. El Moisés, en la iglesia de San Pietro in Vincoli en Roma, expresa la fuerza arrolladora del Viejo Testamento en la recia figura del Conductor de Pueblos. Para muchos, la obra más maestra de lo todas las maestras del artista. En el corazón universal del triunfo del Nuevo Testamento, la imponente catedral de San Pedro, en un nicho en la nave derecha -hoy cerrado por un vidrio, cuando yo la conocí se podía hasta tocar- La Pietá nos subyuga en el brillo blanco del mármol de donde salen perfectas las figuras de la Madre con el Hijo muerto reclinado sobre sus piernas. En mi habitación, once fotografías de estas tres esculturas presiden la pared frente a mi sillón donde paso muchos ratos durante mi jornada.
La Pietá es la esencia del sentimiento religioso del Buonarroti. El cuerpo desnudo y exangüe de Cristo sobre los maravillosos pliegues del manto de María -paroxismo del arte barroco- comunican una sensación de soledad, desconsuelo y a la vez de paz que bien puede describirse como una intensa experiencia mística a través de arte. ¡Y la faz de la Virgen! Tal vez desconcierte en un primer momento: una mujer con su hijo de 33 años muerto entre los brazos, ¿cómo es que tiene ese dulce y pacífico rostro de adolescente? ¡He aquí el genio de Miguel Ángel! La inusitada juventud de la Madre madura es la expresión artística del dogma de la Inmaculada Concepción, la sin pecado concebida no sufre el castigo de los demás mortales: enfermedad, vejez y muerte.
El cuerpo inerte y desangrado de Jesús en tu regazo, Señora, es nuestro país de hoy. Ejerce tu fuerza de Omnipotencia Suplicante ante tu Padre, tu Hijo y tu Esposo –Trinidad Santísima- para que se yerga vivo desde tu sagrado manto.