“Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino, preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber… Estuve enfermo y me visitaron…” (Mt 25, 35-37)
La fe católica, recuerda las palabras de Cristo cuando afirma: “Yo soy la Resurrección y la vida. El que cree en mí aunque, aunque esté muerto, vivirá; y el que haya creído en mí, no morirá para siempre”. Jn 11, 25-26. Jesús enseña, la existencia de una vida para siempre, desde su Resurrección Gloriosa.
Nosotros creemos en la vida, después de la muerte. Por eso la muerte para nosotros no es una tragedia, sino que es el paso triunfal del tiempo hacia la vida para siempre, el cielo.
Por lo tanto si en nuestra existencia terrena, cumplimos la voluntad de Dios, desde los diez mandamientos, y además nos apoyamos en la misericordia infinita de Cristo, quien no vino para condenar, sino para salvar, no debe haber angustias, ni desesperación, sino plena confianza en Jesús el Salvador, que desea nuestra salvación eterna.
Por eso nuestro pueblo católico cristiano, celebra con devoción y afecto el día de los difuntos, orando por ellos y mostrándoles su amor y cariño, a través del tiempo con un ramillete de bellas flores. La Sagrada Escritura nos dice: “Que ni ojo vio, ni oído escuchó, ni inteligencia se imagina lo que Dios tiene preparado para aquellos que le fueron fieles de verdad.” 2 Cor 2,9
Oremos pues por nuestros difuntos, este día y siempre y preparémonos todos, cuidando en la práctica el amor a Dios y el amor al prójimo, para que cuando el Señor nos llame podamos escuchar sus palabras.. “Vengan benditos a gozar de mi reino”. Mt 25,24.
Digamos: Concédele Señor el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna. Amén.