Vivo frente a Villas Canaán, en Agua Viva, una invasión motorizada hace tres años por el PSUV y Richard Coroba. La invasión nos alarmó a todos, pues además del problema social, sabíamos que la propietaria del terreno estaba elaborando los planes de un desarrollo que incluía un pequeño centro comercial, un parque y una escuela, servicios que necesitamos y hasta ahora están perdidos.
La primera reacción fue oponernos a la invasión por los perjuicios reales e imaginarios que ella representaba, sobre todo por la inseguridad. Los primeros meses fueron muy tensos: bastaba ver a alguien extraño en la calle que nos separaba para que muchos, especialmente las señoras que transitaban a pie, entraran en pánico sospechando que podrían ser objeto de alguna otra forma de violencia. En los primeros meses varios vecinos fueron atracados, algunos vehículos desvalijados, y se escuchaban frecuentes disparos. En la invasión se dieron varios muertos y con frecuencia la policía aún entra para recuperar autos robados.
Pero poco a poco las cosas se fueron calmando, ya la presencia en nuestra calle de personas desconocidas no alarma como antes. Como vecinos están resultando más tranquilos de lo esperado. También he visto cosas muy positivas, por ejemplo, la capacidad de trabajo que muestran las mujeres para levantar solas un rancho de tablas y, más lentamente, irlo convirtiendo en una obra de bloques. También vemos que, al igual que nosotros, ellos salen para el trabajo y llevan los niños a sus escuelas: son gente normal, pero pobres y eso resulta inaceptable para muchos vecinos: los mueve la fuerza de los prejuicios sociales y, con frecuencia, también el odio.
De nuestro lado muchos no entienden que la gente invadió por necesidad de viviendas. Ven que son distintos, que son pobres, que sus niños andan semidesnudos, que tienen muchos perros realengos, que han roto la calle para conectarse a las cloacas, que se roban la electricidad, que las casas las están construyendo sin ninguna norma y que su presencia afecta el valor de mercado de nuestras viviendas. Ahora un grupo de vecinos intenta construir una pared que nos separe de los invasores.
Pero, en la práctica, con los invasores se ha desarrollado un pacto tácito: ellos no se meten con nosotros y nosotros no los molestamos. Quizás con el tiempo, se logrará compartir aquellas cosas de interés común que ayudan a la convivencia.
Lo que sí es lamentable es que ni el PSUV, ni Caroba, además de propiciar la invasión, no los asistieron para lograr un mejor ordenamiento urbano. Y no dudo que eso fue por irresponsabilidad, prepotencia y crasa ignorancia.