El béisbol venezolano, un deporte al margen de la polarización política

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En Venezuela el béisbol es el deporte rey, pero también es uno de los pocos espacios donde chavistas y opositores conviven más allá de sus diferencias políticas.

Tras quince años de «revolución bolivariana», las calles del país petrolero rebosan de comunicación política, de polarización enquistada. Es casi imposible andar cien metros sin recibir un input: los icónicos ojos del fallecido líder Hugo Chávez estampados en muros y franelas, la gorra tricolor de la oposición, pancartas con consignas revolucionarias, volantes pidiendo la liberación del líder opositor Leopoldo López o comentarios irónicos sobre Nicolás Maduro, la corrupción y la escasez de alimentos.

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Pero cuando se entra en un campo de béisbol todo eso queda al margen: chavistas, opositores o ni-ni (ni una cosa ni otra) están mezclados en las gradas, y las únicas camisetas y banderas que se ven -también mezcladas- son las de sus equipos.  Y el Leones del Caracas-Tiburones de La Guaira de este miércoles en el estadio universitario de la UCV, uno de los clásicos de la temporada, no fue la excepción.

«Aquí todos somos iguales, no hay espacio para la política. El venezolano politizado fuera, pasa el torniquete (de entrada al campo) y sólo habla de béisbol», explica a la AFP al término del segundo inning el caraqueño Raizman Santeyo, un joven fanático de los Leones.

A su lado está su amigo Fernando Arveláez, que le va a los Tiburones. «La gente viene más bien a desestresarse. Puede ser que chavistas y opositores nos sentemos juntos, pero aquí no se habla de política. Aquí está todo bien, no hay tensión ni violencia. Es afuera de los torniquetes donde todo es un desastre», asegura.

Sentado en el discreto palco de prensa, Pedro Casella, jefe de redacción del semanario El Heraldo Deportivo, recuerda que el venezolano siempre «ha esperado en el estadio no ver política, perderse de eso», y por eso los líderes políticos no suelen acudir al estadio o, si lo hacen, es con discreción.

Tanto es así que, según él, Hugo Chávez, que desde muy joven se sintió fascinado por este deporte llegado a Venezuela con las petroleras norteamericanas en los años 40 del siglo pasado y quien alguna vez soñó con ser pelotero, «nunca pudo venir a este estadio».

«Entre el año 2002 y el 2006 -los años convulsos del golpe de estado contra Chávez y el paro petrolero- el público empezó a meterse mucho con la política. Cantaban ‘Y va a caer y va a caer, este gobierno va a caer’, pero luego esto cesó», recuerda.

El béisbol es un deporte lento y largo, de partidos de hasta cuatro o cinco horas, y los fanáticos llenan las numerosas pausas hablando, haciendo bromas, bailando, bebiendo cerveza o comiendo las autóctonas arepas. En algunos partidos no falta la samba y la lanzadera de cerveza al aire para celebrar grandes jugadas.

El ambiente distendido contrasta con la agresividad de la calle en el considerado por la ONU segundo país más violento del mundo. Los únicos abucheos de la noche son para el bateador de los Tiburones Miguel Cabrera por haber roto el año pasado el récord de jonrones en una temporada que desde 1980 ostentaba Baudilio Díaz, legendario toletero del Leones, que este miércoles jugaba de local.  «Esto es una burbuja gracias a Dios. Ojalá todos los venezolanos fuéramos así», explica Juan Miguel Temes, fanático de los Tiburones de la Guaira que asistirá a los 32 partidos que su equipo jugará como local en esta temporada de tres meses, sin contar los playoffs.

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