El papa Francisco celebró el domingo la misa de beatificación del papa Pablo VI, poniendo fin a una inusual reunión de obispos que ha atraído comparaciones con las rompedoras reformas del Concilio Vaticano Segundo que Pablo supervisó y aplicó.
El papa emérito Benedicto XVI acudió a la misa del domingo, celebrada apenas unas horas después de que los obispos aprobaran un documento que esboza una estrategia más pastoral para atender a las familias católicas.
Los obispos no lograron alcanzar un consenso en los dos temas más disputados del sínodo: la bienvenida a los homosexuales y a las personas divorciadas que volvieron a casarse en ceremonias civiles. Pero ambas cuestiones siguen sobre la mesa para otra reunión el año próximo.
Aunque el sínodo revocó en su documento final la innovadora apertura incluida en un borrador previo, el hecho de que estas cuestiones sigan abiertas a discusión es significativo dado que fueron tabú hasta el papado de Francisco.
«¡Dios no teme a las cosas nuevas!», exclamó Francisco en su homilía del domingo. «Por eso sigue sorprendiéndonos, abriendo nuestros corazones y guiándonos por caminos inesperados».
El pontífice citó a Pablo VI diciendo que la Iglesia, en especial su sínodo de obispos, debe estudiar los signos de los tiempos para asegurarse de que la institución adapta métodos que respondan a las «crecientes necesidades de nuestro tiempo y las condiciones cambiantes de la sociedad».
Pablo fue elegido en 1963 para suceder al popular Juan XXIII, y en sus 15 años en el cargo fue responsable de aplicar las reformas del Concilio Vaticano II y de abrir camino a que la misa se ofreciera en idiomas locales en lugar de en latín, pidió una mayor implicación de los legos en la vida eclesiástica y revolucionó las relaciones de la Iglesia con los fieles de otros credos.
Sin embargo, probablemente se le conozca sobre todo por la polémica encíclica de 1968 Humanae Vitae, que enalteció la oposición de la Iglesia a los métodos anticonceptivos artificiales.