En la política, como en la vida, lo que importa es servir. El que no sirve, ¿para qué sirve?
“La gloria está en ser grande y en ser útil” escribió el Libertador Bolívar al Mariscal Sucre hace, casi exactamente, ciento noventa años. Y la grandeza, la verdad, está en la utilidad. Curriculum puede mostrar cualquiera. Una sucesión de cargos puede ser como las medallas que cuajan el pecho de ciertos generales, “todas por buena conducta”. Ninguna batalla que no sea de salón, obediencia y más obediencia, y a falta de merecer, por lo menos no desmerecer. El heroísmo de la “Presentación mural del hombre honrado” de Andrés Eloy, “Eres como esas cosas de marca acreditada que nadie compra nunca aunque sepan que es buena, porque no sirven para nada…”
En la juventud, que es como decir hace mucho, aprendí que la política es para servir y no para servirse. Es una buena enseñanza que recibí temprano y que he tenido como guía y siempre he tratado de actuar con apego a ella. No es que siempre me haya sentido satisfecho por haber estado a la altura del propósito asumido. Parte de la búsqueda necesaria, de la lucha constante, es precisamente tratar de vencer las dificultades, empezando por nuestras propias debilidades y limitaciones.
La vida de un político se mide por el provecho social que sea capaz de rendir, y no por el provecho propio que sea capaz de sacarle. Si los avispaos produjeran desarrollo, nuestro país sería una potencia. Cuando los vivos vienen entreverados con los hombres y mujeres útiles, no dejan de ocasionar problemas, en medio de los logros sociales que aquellos producen. Pero cuando solo vienen acompañados de otros vivos, y una corte de tontos y malintencionados, la cosecha será exclusivamente de problemas. Unos porque no se resuelven y se agravan. Otros porque ellos los causan.
¿Qué hicimos para que mejorara la vida de las personas? La vida real, la que viven a diario y la que tienen derecho a vivir. Al final, somos juzgados por lo que hayamos servido.