EMOCIONES, hazañas. Añoranzas, epopeyas. Se va el 51 y con él se cierra un ciclo dorado de Cardenales, un largo y cotizado episodio en la pelota rentada del país. El primer productor del pasatiempo nacional, el segundo hiteador, el rey de las postemporadas decide inclinarse ante el tiempo inexorable. Cuantos momentos relevantes están firmados con la tinta indeleble del recuerdo febril de los aficionados. Un profesional de temple singular entiende que el calendario lo llama a retiro tras 27 años de forcejeo vencedor, puliendo estadísticas, tallando marcas, impulsando a su club. Un gran pájaro rojo hace mutis y es momento de melancolía. Y de enjugar lágrimas… “EL sábado pasado (Félix) Fermín me dijo que tomaría un turno y que jugaría al día siguiente. De inmediato vino a mi mente el pensamiento del retiro. Llame a Sojo, a Domingo, a mi esposa, a mi mamá y hubo alguna sorpresa en ellos. Mi madre solo contestó: mijo usted sabe lo que hace”. En un asiento del aeropuerto de Margarita, Robert Pérez accede a contar trazos de su recorrido inmenso de casi tres décadas. Su rostro adusto nos hace advertir algún nerviosismo por el momento que viene. “Mira, no sé, es que yo estoy acostumbrado a jugar y entendí que ya no podía hacerlo a diario”. El hombre que reventó de frenesí a la afición venezolana, un bateador de fuste y poder, sintió, quizás, que la tierra se hundía a sus pies. El hijo del barrio La Batalla en Ciudad Piar, uno de cuatro hermanos procreados por Luisa y Jesús, extraído de la humildad, hace fuerzas para no mostrar debilidad. Y recuerda que Domingo Carrasquel (“él es como mi padre”) lo buscó por los predios de Guayana. “Ellos fueron por un joven llamado Douglas Olivier y me vieron. Pero Epi (Guerrero) no me quería firmar. Poco después Domingo influyó para que me dieran el contrato. Año 1988.
SIN hilar cronológicamente, atando cabos sueltos en una memoria que sigue fresca pero se aturde con tantos capítulos sonoros, Robert rebusca y encuentra. Su primer hit en el profesional criollo contra Manuel Sarmiento, el primer jonrón contra Jim Niedlinger, del Caracas (“le di otro para ganar 1-0 un juego de play off en la 89-90”), su viaje de novicio a República Dominicana, donde fue MVP, el campeonato de bateo en la Liga de Florida y de la triple A con Syracuse (.343) en 1995… “YO respetaba mucho a Luis Leal, Luis Aponte, los grandes de esa época, cuando llegué al club. De muchacho seguía mucho a los Tiburones, como todos en la casa, pero eso quedó atrás”. Abrochados en su disco duro están los dos jonrones que ligó en un juego contra Milwaukee en Grandes Ligas. Circula por su mente el llamado a las mayores con el Toronto de Cito Gaston (1995)… EL deporte le venía en la sangre. Su padre Jesús fue campeón nacional de boxeo dos veces, su hermano Odalis integró la selección nacional de pugilismo. “Yo no”, sonríe al fin nuestro interlocutor, porque sabe que nos trasladaremos a sus enconados pleitos para defender en el campo al equipo de toda la vida. Robert no solamente es un alimentador perenne de récords. Su estirpe de pelotero grande en la hora chiquita estuvo bien justificada. Desde que era el flaco novel que jugaba en la pradera izquierda, hasta el ebánico slugger que le dio pilotaje a una trepidante fama. Formó parte de los cuatro cetros larenses (1991, 1998, 1999, 2001), pero su recuerdo está anexo a los momentos que vivió en la 97-98. “En el primer título era un novato y, claro, eso fue muy especial. En el segundo estuve como protagonista. De todos hay algo que no se olvidará”. Fuera de las rayas su rol de ciudadano ha sido cumplido a plenitud. Es un hombre de comportamiento ejemplar. Un Derek Jeter de cocimiento criollo. “Domingo me enseñó a ser como soy, disciplinado, responsable”, acota este afanado amigo del gimnasio. Por eso es que a los 45 años aún es capaz de intimidar en el plato.
AHORA me toca a mí, Robert. Gracias por ese cuadrangular que le sonaste a Niedlinger en 1990. Se me ahogó la garganta. No tengo idea de cómo forcé mis cuerdas vocales en el toletazo que en el sexto inning del séptimo juego de la final contra Caracas (97-98) empató la pizarra a tres. Luego ganamos 7-3 en la casa del enconado rival, con los envases silbando sobre tu cabeza en los jardines. Sé que para ti ese trancazo hacia la banda izquierda no tiene parangón. Remataste con otra conexión inolvidable la cuarta corona, en Valencia (2001). Pude extasiarme con los tres bambinazos un domingo de feria ante Magallanes (03-11-01). Ya eras todo un veterano cuando la botaste otras tres veces contra La Guaira (09-01-09), en ese Universitario que parecía alborotarte el apetito ante los rabiosos oponentes de siempre. Tuve deseos de narrar el vuelabardas 100 y el destino me complació en el parque de tus amores. Donde la gente ha rendido tributo a tus eventos trascendentes. Y así me la pasaría horas enteras hilvanando segmentos de observador infaltable. En la columna no caben tus cifras. Por otra parte las verán nuestros lectores… CUANDO Edwin Hurtado estaba en la lomita y tu esgrimías el madero con decisión implacable uno tenía cierta tranquilidad. Hiciste que a Cardenales se le respetara en todos los sentidos. De carácter apacible, nadie te quería ver enojado. Pero era muy difícil que te expulsaran, por tus actitudes ejemplares en el campo. Óyeme, tengo que darte nuevamente las gracias en nombre de todos los fanáticos de Cardenales. Y los de la nación entera, que, no lo dudes, te aplaudirán en los turnos finales de un capítulo robusto y emblemático. Para alguien que te vio nacer como pelotero y te ve erguido en la hora del adiós, es motivo de orgullo haber descrito una gran mayoría de esos 1.361 imparables que ostentas en el rosario histórico. Espero que en esta temporada -que la terminarás en grande- nos regales al menos un jonrón, de esos que revientan los bleachers del leftfield… NO viste nunca jugar a Víctor Davalillo. Este era genial y compararte con él es una nota. Déjame decirte que ustedes dos son los más grandes jugadores que ha tenido el béisbol profesional venezolano… Y no vayas a llorar hoy en la rueda de prensa que anunciará la despedida. Déjanos eso a nosotros, con el hermoso grabado de quien puso al pájaro cardenal en los cielos y su nombre bien forjado en el hierro eterno de los grandes aconteceres deportivos. Un abrazo Robert Alexander Pérez Jiménez.