El anhelo de cambio se extiende y profundiza aceleradamente. Nada funciona en Venezuela y no hay señales de que manteniendo el rumbo del actual régimen las cosas puedan mejorar. Vamos hacia peor. La destrucción institucional de la república está a la vista. La muerte del Derecho como instrumento regulador de la vida en sociedad, de las relaciones de los ciudadanos entre sí y de éstos con el estado-gobierno, es elemento importantísimo del desastre. Además de muchos otros factores, han fracasado los intentos por concretar un diálogo productivo y no aparecen ni siquiera señales de arrepentimiento por tantos disparates al mismo tiempo, ni propósitos de enmienda en alguna área de la vida cotidiana.
Los problemas son conocidos. Están sobre diagnosticados. Las soluciones también, pero falta la voluntad, la idoneidad, la preparación y la honradez indispensables para avanzar hacia un futuro mejor. Futuro que ya empezó, pero a la inversa, tragándose la flecha del desarrollo integral que se necesita.
Los últimos escándalos referidos al asesinato del diputado Serra y su asistente Herrera, y el cruento enfrentamiento de Quinta Crespo en Caracas entre dos colectivos y el Cicpc, respaldan cuanto estoy diciendo. Pero tan grave como los hechos ampliamente conocidos, quizás peor, han sido las declaraciones de los voceros más calificados del régimen quienes, dicho sea de paso, deberían renunciar en pleno a las altas investiduras que detentan. Me refiero a los señores Maduro, Cabello, Rodríguez Torres y otros de menor jerarquía, pero de mucho peso operativo. Hay una calculada desviación en cuanto dicen. No sabemos si es que no saben o es que saben demasiado. Pero en todo caso, la nación reclama la verdad. Recordemos que no hay secretos eternos. Más temprano que tarde, todo se sabrá. Nadie podrá escapar de la responsabilidad que le corresponde. Mientras tanto la seguridad de las personas y de los bienes es tan inexistente como el buen gobierno que necesitamos.