Cuando se habla de las cadenas nacionales de radio y televisión, tan recurrentes en Venezuela, no está demás volver sobre lo señalado por entidades internacionales especializadas. La Relatoría para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por ejemplo, ha reconocido la potestad del Presidente de la República y de las altas autoridades del Estado para utilizar los medios de comunicación con el propósito de informar a la población sobre aquellas cuestiones de interés público preponderante; sin embargo, el ejercicio de esta facultad no es absoluto.
Ha dicho la CIDH y su relatoría para la libertad de expresión: La información que los gobiernos transmiten a la ciudadanía a través de las cadenas presidenciales debe ser aquella estrictamente necesaria para atender necesidades urgentes de información en materias de claro y genuino interés público, y durante el tiempo estrictamente necesario para trasmitir dicha información. “No es cualquier información la que legitima al Presidente de la República la interrupción de la programación habitual, sino aquélla que pueda revertir interés de la colectividad en el conocimiento de hechos que puedan encerrar trascendencia pública y, que sean realmente necesarios para la real participación de los ciudadanos en la vida colectiva”, esta cita corresponde al Informe Anual del año pasado de la CIDH.
El presidente Nicolás Maduro, como heredero político de Hugo Chávez, recibió problemas y deudas de diversa naturaleza especialmente en al ámbito económico. Sin embargo, recibió al mismo tiempo un importante aparato comunicacional que puede manejar a su antojo, al igual que su predecesor. El control sobre los contenidos informativos políticos que emite la televisión abierta, junto a cortapisas a la televisión por suscripción, eclipsaron la presencia televisiva de las voces disidentes en Venezuela.
Junto a una televisión insulsa, sin polémica política en la pantalla, Nicolás Maduro terminó entronizándose mediáticamente gracias a las cadenas de radio y televisión y, un asunto no menor, gracias al control sobre la señal de los canales de televisión del Estado y en particular de Venezolana de Televisión (VTV). La principal señal de televisión administrada por el gobierno, con cobertura nacional, no sólo dista de ser el canal de todos los venezolanos, sino que ni siquiera es el canal de todos los chavistas.
De acuerdo con las cifras del Cadenómetro, el proyecto de Monitoreo Ciudadano, durante el pasado mes de septiembre Nicolás Maduro se encadenó durante 541 minutos, eso equivale a nueve horas durante los 30 días del período. En promedio, Maduro interrumpió la programación habitual de la radio y la televisión nacional, durante 18 minutos cada día incluyendo los fines de semanas. Se trata de una cifra inferior al promedio que exhibe el jefe de Estado, según el propio registro del Cadenómetro, pues entre 2013 y 2014 mantiene un promedio de 34 minutos diarios. Quien tenga interés puede revisar los datos en http://monitoreociudadano.org
La disminución del tiempo al aire de las cadenas nacionales de radio y televisión, durante septiembre, sin embargo no le quitan peso al abuso de poder que cotidianamente comete el jefe de Estado, cuando decide de forma arbitraria ser la única voz en el espectro comunicacional del país.
Si eso por sí solo no fuese ya un abuso de poder, Maduro también usa a su antojo la señal de Venezolana de Televisión (VTV), que se sigue llamando el canal de todos los venezolanos. Nada más lejos de la realidad. VTV ha devenido en el canal de lo que podríamos llamar la “nomenclatura”, categoría para definir a lo que en criollo en el pasado se llamó el cogollo.
En el recién concluido septiembre, Maduro tuvo alocuciones por VTV por el equivalente a 1 hora diaria. Esa cifra es menor que el promedio de 2013-2014, pero sigue siendo una decisión injusta que un solo hombre decida lo que ve u oye todo un país.
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