Nicolás Maduro, incapaz siquiera de conservar algunos símbolos de la herencia épica de Chávez, es el
final de otra aventura revolucionaria más en Venezuela. Inútil, como la mayoría de nuestras revoluciones.
En nuestro empeño secular por hacer borrón y cuenta nueva, los venezolanos nos hemos dado 52
revoluciones importantes hasta 1945 según la óptica conservadora, pues otros citan 104 en 70 años “sin
hablar de simples sublevaciones”.
Con igual empeño fundacional que nos deja desnudos de historia, vacíos de identidad y de suyo sin
cultura nacional, más de 20 veces, hasta llegada la Revolución de Octubre, cambiamos nuestras actas
constitucionales; a las que cabe sumar los textos de 1947, 1952, 1961 y 1999.
Como país, hemos admitirlo para corregirnos, somos una colcha de retazos; ni siquiera un rompecabezas
con cierta probabilidad de armonía, de ensamblaje con paciencia y ojo agudo.
Hasta el nacimiento de la república civil de partidos en 1958 y como único y trágico denominador común
que nos ata, medramos presas inermes del mando de los cuarteles, de los “chopos de piedra” o de los
hijos de la “casa de los sueños azules”, que así llaman los uniformados a la Academia Militar. Y son
la excepción, aparente, los nueve civiles representantes de caudillos militares quienes ejercen el poder
entre 1830 y 1931 (el rector José María Vargas, Manuel Felipe de Tovar, Pedro Gual, Juan Pablo Rojas
Paúl, Raimundo Andueza Palacio, Ignacio Andrade, José Gil Fortoul, Victorino Márquez Bustillos, Juan
Bautista Pérez) o los cuatro civiles quienes buscar afirmar el poder civil respaldados por un golpe militar
o mediando un magnicidio, a partir de 1945 y hasta 1958 (Rómulo Betancourt, Rómulo Gallegos, primer
gobernante electo mediante el voto universal y directo, Germán Suárez Flamerich, y el profesor Edgard
Sanabria).
Pero lo cierto es, en el caso de Maduro y su heredad, la Revolución Bolivariana, que si en el pasado
nuestras revoluciones, como la inaugural del siglo XX o Restauradora, ofrecen “nuevos ideales” y se
empinan para mirar hacia el porvenir – Pérez Jiménez habla del Nuevo Ideal Nacional – la actual y
fracasada sólo mira hacia atrás. Es regresiva como Yrit, la mujer de Lot, pues apenas le preocupa el ajuste
de cuentas con una historia que no fue como la imaginaran sus protagonistas. No por azar, desde 1999,
es ajena a la juventud y a los universitarios. El único emblema que le secuestran, en 2007, durante la
protesta estudiantil por el cierre de Radio Caracas Televisión, es a Robert Serra, que lo enajenan ante la
hoy Primera Combatiente, desde la Asamblea Nacional.
Le matan los sueños y le quitan los libros a Serra para hacerlo operador revolucionario, y diputado. Lo
arman hasta los dientes, le engolosinan con los escoltas de todo burócrata oficial y dan una cuota de poder
dentro del jacobinismo tropical; hasta que uno de éstos – según se dice y quizás en nombre de la misma
revolución que hoy hace estertores – lo mata como proyecto de vida mortal.
Alguna vez, una revolucionaria enfebrecida cuenta que Chávez llega al poder para ganarle la partida a
Rómulo Betancourt después de muerto. Rómulo derrota las invasiones de Fidel Castro y a sus guerrillas
durante los años ’60. La espina les queda adentro a los asesores inmediatos del fallecido Comandante.
No por azar, en nada les preocupa sino el pasado y sus “cadáveres insepultos” o resurrectos; dado lo
cual, los causahabientes – Maduro y Cabello o el degradado Ramírez – ninguna sintonía alcanzan con el
mañana.
Desde el Día de Juventud hasta ahora, el único saldo que acopian son los 3.383 jóvenes y estudiantes que
han detenido, de los cuales 1.894 han sido liberados pero con medidas judiciales cautelares. El odio y
pánico hacia el futuro lo expresan los 800 jóvenes heridos por sus funcionarios y “colectivos armados”,
los 42 muertos que dejan al paso junto al casi centenar de aquéllos quienes descubren a temprana edad el
mal absoluto, la tortura de sus cuerpos.
Así se explica, cabe decirlo, la obsesión contra Leopoldo López desde cuando se inicia en la actividad
política y a quien con inaudita sevicia se le persigue y mantiene tras las rejas. A la vieja generación de
opositores ni nos voltean la mirada. Ese complejo frente al día después, imposible de detener o exorcizar
en su advenimiento fatal, es lo que explica que, ayer mismo, Maduro y su gobierno hayan suspendido el
otorgamiento de dólares a todos los venezolanos quienes cursan estudios de pregrado en universidades
extranjeras, dejándolos en la inopia, sin certezas, como estúpida venganza. Su “Misión Jóvenes de la
Patria”, en memoria de Serra, es un acto de cinismo; trae a la memoria y desde la tumba al maestro de
la mentira: “De Miraflores me voy porque este palacio he decidido donárselo a la juventud venezolana”
(2001).