El asesinato de un diputado es una noticia digna de generar consternación en cualquier país así como es normal que el gobierno le rinda honores a una víctima con dicha investidura. Se trata de un hecho abominable, que debe hacernos reflexionar a todos y que no puede ser sino condenado tajantemente. Cualquier otra postura es sospechosa de inhumana.
Sin embargo el necroproselitismo político que se viene desarrollando desde la muerte de Chávez y que ahora se exacerba con el lamentable asesinato de Serra, comienza a pegar en el estómago. El racismo de las almas debe ser ya el límite de esta metamorfosis que como sociedad hemos sufrido con consecuencias impensables.
El antecedente quizá fue la distinción que se hizo entre el golpe de estado del 4F de 1992 y los sucesos de abril de 2002. En ambos casos hubo muertos, pero solo los de 2002 alcanzaron el título de victimas mientras que los inocentes caídos en las asonadas militares comandadas por Chávez y quienes hoy gobiernan, son considerados daños colaterales o peor aún, no merecen ni el recuerdo. Es más, los responsables directos de los primeros muertos gozaron de un indulto, mientras que dos de los condenados de forma genérica por los caídos del segundo suceso llevan más de una década presos y todavía son mostrados como trofeos de una venganza infinita. Amén de que los pistoleros del bando oficial involucrados igualmente en los sucesos del 11A fueron exaltados a héroes de la patria sin requerirse ninguna investigación.
Mención aparte merece Franklin Brito, asesinado al menos culposamente por el gobierno y que no mereció palabras, más allá de la burla de algunos. Pero son muchas las victimas caídas por la violencia desatada desde hace años que no lograron siquiera sensibilizar a un Gobierno que ha repartido armas entre civiles e inyectado odio permanentemente a la población. Y cuando al fin un suceso mediático como lo fue el asesinato de una modelo y actriz y su pareja llamaron la atención de la burocracia gubernamental, no faltó quien desestimara el suceso para proteger primero sus privilegios.
Pero nada de eso justifica imitación. Con la misma fuerza que condenamos al oficialismo por politizar la muerte y discriminar las almas, condenamos también a quienes hoy pagan con la misma moneda. Lo hemos dicho antes, para cambiar debemos ser mejores. El tema de fondo es la violencia y no hay otro responsable que no sea el gobierno. Lamentablemente lejos de rectificar el rumbo se proponen “radicalizar” su error, con lo cual no hay esperanza de paz. La “patria” está hipotecada a China y subordinada a Cuba, el “socialismo” se acabó con los enchufados de Cadivi; solo le queda la “muerte” a ese lema obsceno convertido hoy en una maldición.
La pacificación de Venezuela se logra relegitimando los poderes públicos, reanimando el aparato productivo, liberando a los presos políticos, reinstitucionalizando a la FAN y reivindicando la democracia como modelo de pluralidad y alternancia. Lo demás es profundizar un modelo de hambre, escasez y muerte en el que todos saldremos perdiendo al final. Cambiemos.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
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