La obediencia como valor

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Un hombre tenía dos hijos; se acercó al primero y le dijo: hijo vete a trabajar hoy a la viña; y él respondió: Ya voy, señor, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: No quiero ir, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? Le contestaron el segundo (Mt 21,28-31).

Este texto nos invita a reflexionar, entre otros temas, sobre la obediencia.
Hoy día, el hombre ambiciona asumir por su cuenta la decisión de sus responsabilidades morales, quiere ser el artífice de su destino, el proyectador autónomo de sí mismo, y rechaza cualquier intromisión autoritaria en su vida.

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La obediencia, tiende a confundirse así, con una abdicación de las funciones de la conciencia frente a un poder extraño.

Ciertamente que este carácter absoluto de la libertad, de la autonomía y de la autenticidad de alguna manera, son un signo de los tiempos, y ciertamente lleva consigo el redescubrimiento del carácter responsable de la existencia humana. Este hombre capta que lleva en sí el misterio de una responsabilidad que hace su grandeza y que no puede delegar en nadie.

Pero por otro lado, este redescubrimiento se revela a veces ambiguo y no falto de carácter solo subjetivo y parcializado. Por cuanto entre otras cosas puede negar la idea del pecado como desobediencia frente al Creador.

No obstante, con los aspectos positivos y negativos de estas realidades humanas, la obediencia sigue siendo una virtud cristiana. Cristo, vino para inaugurar en su Persona, un nuevo culto hecho de obediencia amorosa.

El evangelio recuerda de Él que, aunque filialmente sometido a los Padres terrenos (Lc 2, 15), no obstante estaba totalmente dedicado a las cosas de su Padre Celestial (Lc 2,49).

Por eso ante los discípulos, se mostró a sí mismo, como ejemplo de total sumisión al Padre: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Juan 6,38).

Los sufrimientos de su pasión y su muerte son vistos, a la luz de sus mismas palabras: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; más no sea como yo quiero, sino como quieres Tú” (Mateo 26,39), como la obra maestra de su obediencia (Hebreos 56,8). Su constitución en Kyrios o Señor es el resultado de una “obediencia hasta la muerte” (Filipenses 2, 5,11).

El está a su vez en condición de salvar a quien le obedece (Hebreos 5,9).

La actitud que salva, es la obediencia en la fe (Romanos1, 5)

Es esta una elección que implica coherencia y total dedicación. El hombre no puede ser neutral ante el bien y el mal. El asunto es que seguir a Dios obedeciéndole, es el camino que conduce a la vida, a la paz interior; en cambio, el obedecer al pecado, es camino de esclavitud y de pesar. El pecado como desobediencia al bien, nos destruye en lo más profundo del ser. Pero la obediencia al Espíritu de Dios, hace vivir y se opone a la servidumbre.

La obediencia es así, aceptación de Dios y de su voluntad, como un misterio de gracia y salvación. La obediencia es fe, al ponerse plenamente en las manos de Dios: es un nacer a los valores, es un morir al egoísmo. La obediencia bien entendida, no disminuye a la persona humana, sino que abre al ser humano al otro, y al trascendente, fortalece la convivencia, el bien común y la solidaridad universal. La obediencia nos recuerda que somos individuos, pero que también somos una familia en armonía y que nos sentimos inmersos en el gran Plan de Salvación de Dios.

La obediencia no puede ser servil, debe ser donación inteligente, pero donación. La obediencia es distinto a humillación o servilismo: tampoco es desprecio a sí mismo, ni pérdida de personalidad; es espíritu de convivencia, es integración, es dimensión organizativa, es virtud.
Ella se opone a la adulación y al fariseísmo, pero sobre todo se opone a la amargura, a la coerción, al desorden, al capricho que sólo divide y destruye.

Por eso el saber obedecer, nos hace eficaces, y nos fortalece en una fe madura.

La obediencia es una virtud cristiana, pero es también un valor humano y social. Por tanto digamos que sí queremos trabajar en la viña, pero hagámoslo, “porque no sólo el que dice, Señor, se salvará, sino quien ponga en práctica la Palabra de Dios (Mateo 7,21).

 

Evangelio

 

Mateo (21,28-32): En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, al primero le dijo: “hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después recapacitó y fue. Al segundo le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero». Jesús dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñando el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aún después de esto, no recapacitásteis ni le creísteis». Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Iglesia en marcha

 

Actividades mes de octubre:
• 03 al 05/10 Encuentro Nacional de Diáconos Permanentes con sus esposas, ponentes: Mons. José Luis Azuaje, Obispo de Barinas y Mons. Enrique Pérez Lavado, Obispo de Maturín.
• 04 Reunión de Religiosos (as)
• 08 Consejo Presbiteral
• 1 Rosario Arquidiocesano de la Familia Misionera (P. Mariana y P. Misionera)
• 11 Inicio de clases Escuela de Diaconado Permanente (P. Vacacional)
• 11 Taller de Formación para Docentes (P. Educativa)
• 21 Reunión del Clero
Autoencuentro en la Casa de Retiro Arquidiocesana El Manzano, dirigido a católicos solteros(a), viudos(a), divorciados y separados que no convivan actualmente en pareja, los días 10, 11 y 12/10 -Inf.: (0414-5106064 – 0251-4547374).

 

Salmo 16

 

Inclina el oído y escucha mis palabras Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño. Emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud.

Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha.

 

 

 

 

 

 

 

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