Hay profesiones cuyos tareas sólo pueden ser comprendidas en términos muy técnicos. Me refieroa la física, las matemáticas, la ingeniería, la química, etc. Otras profesiones pueden recurrir, sin riesgo de extraviarse, al uso de lenguajes poéticos, no sólo sin perder precisión, sino incluso ganándola, como es el caso de todas las disciplinas artísticas. Y también hay profesiones tensadas entre la expresión técnica y la poética, entre la dura objetividad y la expresión de subjetividades que tal vez no dicen nada, pero comunican mucho.
Una de ellas es la arquitectura: es muy técnica. Sin técnica no hay arquitectura, pero con la sola técnica no hay arquitectura. La arquitectura se presta a ser explicada recurriendo a un lenguaje poético que somete y arropa a la técnica. Por ejemplo, en la Flor de Venezuela, obra de Fruto Vivas, no está claro si se trata de poesía o de un alarde tecnológico por la complejidad mecánica de los pétalos de la flor. Pero al verla, reconocemos la poesía, no la técnica. Otros ejemplos nos lo ofrece Santiago Calatrava cuya formación comenzó en una escuela de arte, especializándose en escultura, luego se recibió de arquitecto y más tarde de ingeniero civil. El resultado de esta combinación de saberes es que obras que podían ser resueltas recurriendo a las técnicas ya probadas y establecidas, fueron convertidas en obras de extraordinaria calidad, como son sus puentes. El maestro de todos nosotros, Carlos Raúl Villanueva, también fue un poeta de la forma, en este caso dentro del racionalismo de mediados del siglo pasado.
Pero no solo son importantes las obras cargadas de poesía que han diseñado arquitectos muy talentosos. También están los arquitectos que se apoderan de las obras una vez terminadas: son los críticos que, al explicar el valor de una obra, ayudan al público a captar esos valores, recurriendo a un discurso poético, no técnico. Entre los arquitectos venezolanos que recurren a la crítica poética están Oscar Tenreiro, William Niño y Federico Vegas, quien tras una exitosa carrera como arquitecto, en la madurez renuncia a las mesas de dibujo para seguir su verdadera vocación, la de escritor.
Pero Vegas no puede cancelar su íntima relación con su profesión e inevitablemente hace referencia a hechos arquitectónicos y urbanos, pero lo hace con la capacidad poética y critica propia de los escritores. Dueño de un lenguaje erudito y al mismo tiempo creativo, combina cultura profesional con la poética desvelando obras que de otra manera tal vez resulten desangeladas para el público no especialista. Su libro Ciudad Vagabunda fue recién publicado por Libros El Nacional. Leerlo es una delicia y nos reconcilia con la posibilidad de que, en algún futuro, nuestras ciudades estén llenas de poesía.
La ciudad como tema – Arquitectura y poesía
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