Si en algo debe haber acuerdo es que el país se encuentra en crisis. Decir que todo está bien es un reto al sentido común que difícilmente puede sostenerse. No solo hay crisis, sino que ésta tiene múltiples causas y otras tantas manifestaciones. Para quienes tratan de entender el contexto actual como de normalidad, contrario a una situación de crisis, deben plantearse que no es normal tardar dos horas para trasladarse del lugar en que se vive y otras dos horas de regreso, como tampoco es normal no contar con insumos médicos, ni tampoco es normal el número de muertes violentas en todo el territorio. En Venezuela lo normal dejó de ser una cotidianidad.
Simplificar el estado de crisis del país en el plano económico, en el plano político, o en el plano social, y dentro de cada uno de ellos en ciertos aspectos específicos, es un ejercicio de simplificación muy arriesgado. Como un organismo vivo, el modelo venezolano venía enfermo desde hacía muchos años y ha sido en el período reciente en que simplemente todo colapsó. Hay quienes añoran la Venezuela de antes, de hace unos cuarenta años, sin percatarse que ya en aquél entonces el sistema estaba enfermo, solo que no les tocaba directamente.
No, Venezuela debe atreverse a reinventarse de manera radical. Y para ello desenredar el embrollo actual es el primer paso. Pero tratar de resolver todo de una vez, con un acto de voluntad más que de constancia, es continuar manteniendo una de las características de la enfermedad. Es más sensato, aunque sin duda más arduo, que cada quien desde su ámbito de acción empiece a construir, a crear redes de colaboración en temas de interés común, en proponer, en actuar de manera proactiva, en fin, en construir una Sociedad.
La gran deuda de los venezolanos con nuestro futuro es que no hemos logrado construir una verdadera Sociedad capaz de trascender al Estado. Las Sociedades son responsables de sí mismas, son solidarias, son cooperativas, son emprendedoras, y sobre todo son concientes de su capacidad para generar cambios.
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