A lo largo de todo el Evangelio, Jesús nuestro Señor nos invita -y más que invitarnos, nos obliga- a perdonar. Y no sólo nos lo dice de palabra, sino que nos da su ejemplo: mientras agonizaba colgado de la cruz, nos enseña con su oración al Padre cómo nos perdona. A los verdugos que lo torturaban y lo mataban no les reclama nada, sino que oraba así: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). ¿Qué mayor ejemplo podemos tener para nosotros perdonar a los que nos hacen daño? ¿Qué mayor seguridad podemos tener de que Dios nos perdona, aunque hayamos cometido el peor de los delitos, si perdonó así a sus propios asesinos?
Sin embargo, siempre nos asalta la objeción: ¡Es que no puedo perdonar! ¿Cómo hacer para perdonar? ¿Cómo perdonar, si nuestra tendencia natural nos lleva al resentimiento, al desquite, a la retaliación e inclusive a la venganza?
Para respondernos esto, debemos estar convencidos de que Dios nunca nos pide imposibles. Y si nos está pidiendo perdonar, es porque podemos hacerlo. Y podemos perdonar, porque El nos da las gracias para hacerlo … más aún, es El Quien perdona en nosotros.
Recordemos algunas instrucciones de Jesús sobre el perdón. Una de las más célebres es aquélla en la que responde a Pedro cuántas veces se debe perdonar. Pedro le pregunta: “Señor, ¿hasta siete veces?”. Y Jesús le responde con aquella multiplicación (70×7), que da un resultado de 490 veces, pero que no significa esa cifra exactamente, sino que es una expresión oriental que equivale a decir “siempre”: “No sólo hasta siete, sino setenta veces siete” (Mt. 18, 21-35).
Estamos seguros de que el Señor nos perdona cuantas veces sea necesario … Eso sí: si nos arrepentimos. Y Jesús nos cuenta una parábola para demostrarnos que El nos perdona mucho, porque muchos son nuestros pecados. Y nos demuestra también que en realidad a nosotros nos toca perdonar muy poco. La parábola es la del siervo despiadado, a quien el amo le perdonó una deuda inmensa y éste, enseguida de haber recibido la condonación de su deuda, casi mata a un deudor suyo que le debía una cantidad muy pequeña.
¿Qué sucedió, entonces? Al enterarse el amo de la barbaridad que hizo el deudor perdonado con su pequeño deudor, lo apresó hasta que pagara el último centavo de la deuda que le había perdonado antes. Y remata Jesús su parábola así: “Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
¡Tremenda amenaza! Así como perdonemos… o dejemos de perdonar, así nos perdonará Dios nuestras deudas con El. Y esto no sólo nos lo dijo Jesús en ese momento, sino que nos lo ha puesto a repetir cada vez que rezamos el Padre Nuestro, la oración que El nos dejó para rezar al Padre Celestial. Y ¿qué decimos allí? Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt. 6, 12-14).
Por cierto, en la versión idolátrica de esta oración que Jesús nos dejó de sus propios labios, se comieron esta frase sobre el perdón. Sabrá Dios por qué …
Pero volviendo a lo del perdón. La verdad es que estamos amarrados: si perdonamos mucho, mucho se nos perdonará; si perdonamos siempre, siempre se nos perdonará. Pero si perdonamos poco, poco se nos perdonará. Y si no perdonamos … no se nos perdonará.
Cuando nos sea difícil perdonar una ofensa, perdonar a una persona en particular, ayuda mucho pedir a Dios la gracia del perdón, pensando en esa ofensa o en esa persona cada vez que rezamos esa frase en el Padre Nuestro. En el verdadero Padre Nuestro, ¡claro!
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Buena Nueva – El Padre Nuestro y el perdón
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