!Insostenible!

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Mientras el Gobierno se entretiene, y parece divertirse, con sus “sacudones” falsificados de ocasión, el país se desangra, atasca y arruina, en una crisis real, a causa de erradas políticas oficiales en las cuales, pese a todo, se insiste con cruel tosudez, más allá de los aparentes cambios de papel, o enroques, dispuestos entre los oscuros personajes de esta larga y exasperante tragicomedia.

Las razones que justifican la aseveración anterior son tan abundantes, y demoledoras, que se torna difícil escogerlas y establecer prioridades. Pero ahí está, quemándonos el rostro al calor de sus lacerantes secuelas, el drama de la salud, con pacientes condenados a morir por falta de medicamentos y equipos que les permitan proseguir sus inaplazables tratamientos. Expuestos sus familiares al infortunio adicional de verse forzados a deambular dentro del país, e incluso en naciones vecinas, como Colombia, ante la inobservancia del Estado venezolano de uno de sus más sagrados mandatos constitucionales.

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Las humillantes colas que a diario se forman desde horas de la madrugada frente a los locales donde se expenden alimentos, materiales de construcción, repuestos de vehículos y, qué vergüenza, hasta artículos para el aseo personal, se suma al desespero de quienes desean o tienen urgencia de viajar al exterior.

Quizá la principal incógnita pendiente de ser desentrañada es qué hacen los señorones del poder con el chorro de divisas que entra a las arcas públicas gracias a la industria petrolera, en vías de desmantelamiento como ocurriera con las empresas básicas, ciertamente, pero que en estos 15 años ha representado un ingreso, inconcebible, de un billón (un millón de millones) de dólares. ¿Qué destino se le ha dado, además, a los fondos derivados del desmesurado endeudamiento, interno y externo? La deuda pública total de Venezuela, que en 1998 era de 33.000 millones de dólares, en 2013 cerró en 115.282 millones de dólares, 9,9% más que el año anterior.

Pero no hay dinero para adelantar obras y mejorar los servicios, deteriorados hasta más no poder. Los apagones de horas enteras, que por estos días han recrudecido, lo prueban. Sin control alguno, el gasto público (no se puede hablar de inversión) es absorbido por una aviesa centrífuga de derroches y corruptelas, que sólo recibe ejemplar castigo cuando el culpable se aparta de las huestes color sangre.

Los larenses acabamos de vivirlo con el fundamental proyecto hidráulico Yacambú-Quíbor, decretado en un ya lejano mes de junio de 1962. Obra emblemática de nunca acabar, misterio inasible depositado en las entrañas del Cañón de Angostura, pese a los agudos problemas que con rigor golpean a la región y al país en lo tocante a la producción de alimentos y al abastecimiento de agua. La versión es que el revestimiento del túnel de trasvase, paralizado desde hace año medio, no obstante todas las denuncias formuladas en ese sentido, acabó por colapsar el jueves pasado. Se derrumbó.

En 2003, la revolución ofreció inaugurar la obra “en poco más de tres años”. En 2005 corrió la fecha de su puesta en funcionamiento para el 2010. En el 2008 aclaró que sería en enero de 2011. En 2010 corrigió: “A finales de 2011 el agua llegará a Barquisimeto”. En 2012 hubo otra rectificación: “En 2014 debemos abrir el chorro”.

El país luce abatido, inerme, postergado. Cada día que pasa más fuentes de empleo y de bienestar social, bajan sus santamarías frente al calvario que hoy significa sostener una empresa. La industria gráfica, en la cual nos encontramos inmersos, está tocando fondo. Mientras el Gobierno se ocupa de reformar el Padre Nuestro, la discrecional política de asignación de divisas ha condenado a muerte a más de 1.000 empresas del sector, las cuales generan unos 17.000 empleos directos y cerca de 51.000 indirectos. Familias enteras lanzadas por decreto oficial al cadalso de una desgracia absolutamente inmerecida.

A la fecha 20 periódicos regionales no han tenido más remedio que cerrar o circular en famélicas ediciones por falta de papel y de cara a una calcinante realidad económica orquestada desde el Gobierno para destruir, descalificar, perseguir. Todo con saña, despliegue de resentimientos y una repugnante hipocresía que, poco a poco, queda al desnudo con todas sus impúdicas pestilencias.

Tienen el descaro de hablar de “guerra económica” quienes todo lo controlan y son receptores nada menos que del 95% de las divisas que entran al torrente de la economía nacional. Por ende todo pinta un cuadro intolerable, angustiante. En una palabra… ¡insostenible!

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