«Oremos siempre»

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“Les aseguro, además que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18, 19-20)

Así nos invita el evangelio de hoy a reflexionar sobre la oración. La historia sagrada está marcada por la plegaria.
Grandes momentos de esta misma historia, están definidos por la oración de los mediadores y del pueblo entero, implorando la intervención Divina.

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En efecto, Moisés surge como hombre de plegaria.

En consideración a la oración de Moisés, Dios salva al pueblo; “Yahve dijo a Moisés también haré eso que acabas de pedir, porque has hallado gracia a mis ojos y porque te conozco por tu nombre” (Ex 33,17)

Esta oración, muchas veces dramática sigue el esquema de toda súplica bíblica del Antiguo Testamento. Es decir, primero un llamamiento al amor de Dios, “esta nación es tu pueblo” (Ex 33,13). Segundo, llamamiento a su justicia y fidelidad, “recuerda tus acciones pasadas” tercero, considera a la gloria de Dios. “Que dirán los otros si nos abandonas” (Ex 32,4).

La oración transformaba contemplativamente a Moisés: “Cada vez que Moisés se presentaba ante Yahvé… los ojos de Israel dirigían sus miradas a la cara de Moisés, y veían su piel radiante” (Ex 34,29).

Se evita tentar a Dios desde la oración, cuando no se le pide lo opuesto a Dios, como la codicia, el crimen, la mentira, la maldad. Tal fue el caso de Meribá (Ex. 16,7).

Se rechaza además, la oración chantaje, donde Dios debe hacer nuestra voluntad y no la suya.
Dios, al darnos el Salterio, la oración de los salmos, nos pone en nuestros labios y corazones las palabras y actitudes que quiere escuchar, nos enseña a orar.

En el Nuevo Testamento los Sinópticos, o sea los Evangelios de Marcos, Lucas, y Mateo, nos muestran el “Padre Nuestro” como la gran oración.
De la conciencia de Dios como Padre, surge la confianza del orante. No hay nada que mejor revele en los Evangelios, la necesidad absoluta de la oración, que el lugar que ella ocupo en la vida misma de Jesús. Él ora con frecuencia en la montaña “y una vez que los despidió, subió al monte a solas para orar” Incluso, ora cuando lo buscan: “muy de mañana se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí oraba. Simón y sus compañeros lo buscaban…” (Mc. 1, 35-36).

En esta actitud, Jesucristo se propuso encontrarse en intimidad con su Padre Celestial, así como también fortalecerse en el cumplimiento de su misión y poder educar en la plegaria a sus discípulos.

La oración es el secreto que atrae a sus más allegados y en el que les hace penetrar cada vez.

En Cristo existe una relación fundamental entre su oración y su Misión Salvadora.
Pues bien, si Cristo necesitó de la oración y de ella se alimentaba para el cumplimiento de la voluntad del Padre, ¿Qué podemos decir nosotros?

El bautizado, el cristiano, debe estar consciente de la importancia de la oración, como comunicación a solas o comunitaria con el Señor.

Esa oración puede ser de acción de gracias por tantos beneficios, bondades y misericordias de Dios. Debemos orar para pedir perdón y reparar nuestras culpas y pecados. Debemos orar por tantas necesidades materiales y espirituales, a fin de que cesen los odios, las guerras, el hambre y surja la paz y la fraternidad. Pidamos por nuestra vida de amistad con Dios, la vida en gracia, por la salvación, para que nunca nos separemos de Él.

Imploremos sin pretender sobornar a Dios.

Supliquemos cosas buenas que no contradigan la voluntad Divina.

Oremos conscientemente, no mecánicamente, hablemos como hijos con su Padre del cielo. Hagamos uso de la oración desde el templo, el hogar, el trabajo, la tristeza o la alegría.

Recemos con conciencia desde el “Padre Nuestro” o el “Dios te Salve María” o nuestra plegaria personal, sea cual fuera. Visitemos al Santísimo. Participemos de la Santa Misa, la gran oración cristiana. Desgranemos las cuentas del Rosario.

Ofrezcámosle a Dios el trabajo, el estudio, el alimento, el descanso, todos nuestros proyectos, pongámonos siempre en las manos de Dios.
Perseveremos en la oración. Oremos constantemente porque Cristo nos sigue diciendo. “Les aseguro que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se los dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt. 18,19-20).

 

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