De la infinita gama de tonalidades, a veces frías, en ocasiones cálidas, de la increíble capacidad para hacer de simples líneas y formas, figuras y trazos ingenuos, se esconde la sonrisa ingenua de un niño que encontró en la pintura su instrumento para jugar y ser libre. ¿Su nombre? Kevin Díaz, un pequeño y orgulloso quiboreño que llegó a La Costa para continuar este sueño que comenzó con un block de dibujo blanco
La pintura y su diálogo silente entre la obra y el espectador, suele a veces convertirse en poesía muda, en una suerte de idioma universal, de líneas, figuras y trazos que al final de cuentas, en la plasticidad de la obra, el artista es capaz de sumergirse en la tela blanca y cruda, en sus óleos y pinceles. Las palabras podrían ser extraídas de la vida de un artista consagrado en el concierto de sus ideas, pero también, caen como añillo al dedo, a la historia de un niño de escasos 11 años de edad, que recién descubre en los colores, en sus lápices y creyones, su instrumento para dejarse volar, para ser libre como las aguas de un río.
Quien suscribe estas líneas tuvo el placer de conocerlo gracias a uno de esos amigos que la vida le coloca en el camino. A él llegamos después de recorrer varios kilómetros por una carretera solitaria, a pocos minutos de Barquisimeto, muy cerca de la localidad de Quíbor. El camino de tierra nos condujo a un caserío, de tránsito apacible y tranquilo, de gente cálida y hospitalaria, habíamos llegado a La Costa y, en una de sus casas, nos esperaba con una sonrisa de “oreja a oreja” Kevin Díaz, el jovencito que hoy nos muestra orgulloso sus creaciones y sus obras, el pequeño artista que decidió a los nueve años de edad comenzar a transitar el mágico mundo de la plástica.
Las hojas del block de Kevin se convierten en valle fértil, hecho como traje a la medida para abonar sus sueños. No rehúye a contarnos lo que significa para él la pintura, ni siquiera el hecho de colocarle una grabadora en frente amilana el deseo de gritarle al mundo lo que ha aprendido en su colegio. Cuenta que desde siempre le gustó pintar, tan sólo tenía nueve años de edad cuando entró al Centro Taller Escuela de Pintura Bolívar, de Quibor. Ahí logró hacer su primera “obra”, aquel caballo, fue la punta de lanza para comenzar a crear a cualquier hora del día diseños que con el tiempo y el conocimiento de nuevas técnicas fue perfeccionando.
Lápices, pasteles, colores, carboncillos y acuarela, cualquiera de estos materiales han pasado por las manos de Kevin. Sombras, profundidades, dimensiones y perspectivas, colores primarios y sus respectivas mezclas comenzaron a formar parte de sus bodegones, paisajes, animales y figuras humanas. No tiene una técnica preferida, para él cualquier motivo es suficiente para dejarse llevar por sus dibujos, además, confiesa que de todos los colores se inclina más por el azul, en sus diferentes tonalidades.
Con sus lápices y creyones es capaz de hacer cosas increíbles. Sus creaciones comienzan con círculos y óvalos, figuras o formas que van transformando el papel blanco, es decir, de cualquier figura empieza a elaborar y remodelar su pieza, como quien esculpe y talla su obra. Antes de enfrentarse a cualquier superficie en blanco, Kevin, como muchos artistas ya lleva una idea de lo que quiere dibujar, sin embargo, en medio de sus trazos, suelta libre su gran carga creativa, esa que le permite exponer estas obras en nuestras páginas. Ahora, su cita será con el óleo, los pinceles y el lienzo.