Gracias a ellos, terminamos de entender que no se necesitan alas para ser un ángel, pues la bondad, desmedida y sincera, no sólo es digna de personajes celestiales. Así, con humildad y preocupación, solidaridad y trabajo duro, estos hacedores de sonrisas se dedican hoy en cuerpo y alma a ayudar a quienes lo necesiten, moviendo fibras y despertando consciencias por doquier
La conversación con estos cuatro chamos, nos conmovió más de lo esperado, tocando incluso hasta la última de nuestros sentidos y logrando sensibilizarnos con tan sólo un par de respuestas, pues sus palabras, sentidas y llenas de buenas intenciones, fueron una suerte de pomada concientizadora, una especie de recordatorio para el alma, la manera más sublime de hacernos entender que, más allá de nuestras narices, hay todo un mundo repleto de carencias y necesidades.
Se trata de una fundación sin fines de lucro, que tiene como único propósito hacerle honores a su nombre, dibujando sonrisas en los rostros de niños de escasos recursos de varias comunidades del municipio Palavecino, labor que logran gracias al esfuerzo de cada uno de sus 70 voluntarios y motivados por las ganas de regalar esperanza, con sus propios aportes y los brindados por familiares y amigos, con las uñas y con su sudor, con fe, con sueños y con la promesa de un mejor mañana.
Y así, sin esperar que la necesidad toque a su puerta, la gente de Sonrisas para los Niños se adentra cada vez más en las comunidades, atendiendo al llamado de servicio que les ha hecho Dios, coordinador máximo que los guía hacia los lugares más desprotegidos y pone en su camino a las personas indicadas, esas que llenas de orgullo, le rinden homenaje a la Madre Teresa de Calcuta, convirtiendo en su lema una de sus frases más célebres:“El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
La historia de un nacimiento
Por la buena vibra que emanaban, la salita de reuniones se nos hizo pequeña para recibir a este cuarteto que, movidos por la necesidad de servir y ayudar a los menos privilegiados, unieron fuerzas para crear esa fundación que hoy tiene nombre propio y un montón de voluntarios activos que con día a día ponen su granito de arena para llevar un poco de alegría y mejor calidad de vida a los sectores más humildes de las parroquias Agua Viva, José Gregorio Bastidas y Cabudare.
Todo comenzó un 23 de diciembre, cuando de manera informal un grupo de amigos, encabezado por Juan Manuel Giménez, Andrea Rincones, Oscar Giménez y Juan Vicente Landaeta, decidieron darle vida a lo que en principio se llamó “La Caravana de Juguetes”, haciendo las veces de un San Nicolás que, sin trineo ni renos, sin traje ni barba, repartió regalos, obsequió felicidad y dibujó sonrisas en esos niños que ansiosos y emocionados respondieron con dulces abrazos y las más conmovedoras palabras de agradecimiento.
Así, la lista de donativos y personas deseosas de colaborar fue creciendo poco a poco, hasta que nació formalmente lo que hoy conocemos como “Sonrisas para los Niños”, un grupo de jóvenes “buena onda” que, sin interés alguno, se puso como meta personal velar por el bienestar de aquellos chiquitos que tienen menos privilegios y pocas oportunidades.
Entre encuentros y actividades
-La Caravana de juguetes
-Cine en la comunidad
-Recuperación de espacios y saneamiento de áreas verdes
-Fiesta del Día del Niño
-Charlas de concientización y formación cultural
-Actividades deportivas y recreativas
-Compartir de refrigerios y meriendas
-Monitoreo, seguimiento y visitas constantes
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“Tenemos voluntarios que vienen de las mismas comunidades. Además, tratamos de buscarles empleos a los más grandes y padrinos a los niños más necesitados”
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“En un futuro, queremos realizar jornadas médicas, crear aulas móviles de tareas dirigidas y hacer parques infantiles y canchas deportivas”