La Unidad es una obra. No se hizo sola. No apareció de golpe. En su construcción hay lucha, trabajo, ideas, voluntad de entenderse cediendo posiciones y encontrando propósitos comunes por los cuales hacer juntos. Hay orgullo por lo logrado, pero hizo falta mucha humildad para poder lograrlo. Es, en cuanto obra, perfectible.
En la Mesa de la Unidad hay demócratas provenientes de diversos matices del socialismo y la socialdemocracia; del progresismo y de la democracia cristiana; del humanismo reformista, el ecologismo y el liberalismo. Hay demócratas de izquierda, del centro y de la derecha. Hay venezolanos de los partidos con más historia, de los partidos más nuevos, y mucha gente sin partido que ha militado en la Unidad y servido a ella con lealtad. Hay críticos de la primera hora, quienes fueron formando la oposición y también quienes se fueron convenciendo experimentalmente de que el proceso no llevaba a ninguna parte, incluso quienes vienen del abstencionismo y la “marcha sin retorno”. Opositores de todas las oleadas, desde los que nunca apoyaron a este gobierno hasta quienes habiendo creído en el proceso, disintieron de su orientación, y en defensa de sus convicciones, decidieron proponer su propia política, primero ensayando una tercera vía y luego participando en la Unidad, ensanchándola, fortaleciéndola. Cada uno la ha influido. Los que buscan un cambio que no sea un regreso al caudillismo. Los que no soportan el personalismo. Los que saben que el estatismo es cosa del pasado. Y quienes son naturalmente contrarios al dogmatismo. Hay venezolanos de todas las clases sociales, de todas las regiones, de todos los credos y también no creyentes.
A armar la Unidad han contribuido dirigentes políticos, cientos de profesionales y técnicos con y sin filiación partidista, miles de activistas en todo el país y millones que nos han votado, y seguido y atendido nuestras convocatorias por pura pasión venezolana. Todos ellos merecen un reconocimiento.
En la Unidad no se cobra peaje para entrar, ni se pide partida de nacimiento o certificado de limpieza de sangre. Lo que sí hay es una política concertada, con destino y con rumbo; y una estrategia, porque hay un camino. Y esos propósitos comunes no son gelatinosos. La Unidad es flexible pero no puede ser borrosa. La Unidad es abierta, pero no puede ser una caimanera. De los propósitos comunes surge naturalmente una solidaridad y de ésta una disciplina. Porque esta no es una carrera a ver quien llega primero a la meta, donde valen los empujones y las zancadillas. Porque la verdadera competencia no es entre nosotros.
La Unidad, esa formidable (y perfectible) obra venezolana, debemos cuidarla y renovarla.
Una obra venezolana
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