La vida va y viene incesantemente entre penas y alegrías; lumbre es la ilusión, sombra el desencanto, sin tregua se agitan las ideas, las pasiones y los sueños; son floridos los senderos que guarda la esperanza. Aunque el olvido circunda auscultares recuerdos, buscamos laureles entre signos de regreso hinchado el corazón como vela al viento, el arpa de los nervios vibra sola, libertad adorna la frente de la aurora.
Feliz el hombre que pone su fe por encima de los retos, feliz el que ante la tentación de la riqueza y vida fácil mantiene su honor intacto, incorruptible, feliz quien a pesar de los huracanes y sus embestidas no deambula en retroceso, ni las duras circunstancias logran hundirlo en depresión.
El hombre se ofusca cuando le llegan los males, prefiere protegerse alejándose de su tierra, de su gente, su familia y sus amigos. Huye de su patria para no padecer los males que a lo largo de quince años le han quitado sueño, tranquilidad, seguridad y vida en paz, frutos de la revolución que jubilosa festeja la obligada inmolación de los que prefieren irse hacia otros rumbos buscando la felicidad perdida, se va para no terminar en la calle, ni esperar el latigazo tenaz de la miseria.
De nada vale tener un sueño cuando se camina sobre una ruta colmada de violencia, sin sentido, sin rumbo ni esperanza de encontrar un puerto seguro. Escapa porque siente que lo único que tiene asegurada es la muerte en cualquier esquina, el asalto, la matraca de policías y guardias, la cola para comprar cualquier cosa, sabe que tiene aseguradas tristeza, desazón, oscuridad y el constante azote del verdugo, lo macabro de las leyes y un calabozo para encerrar su voz y su libertad.
En la jornada transitoria por este mundo, viajar es delicia de la vida cuando se va a descansar, a vivir otra cosa, a cambiar la rutina. En este país de abusos y de injusticias quien viaja se va preocupado por lo que atrás va dejando. Hay dolores de patria que duelen y terminan tumbando hasta al más fuerte. Atrás quedan madre, familia, terruño a los que volverá cuando caiga el muro de la tiranía, o caiga él, muerto sobre tierra extraña|.
Se van hilando canciones de espera y despedida, de tiempo y goces detenidos, de llamas que arden con vigor, carga en su mochila los ejércitos de sus miedos riñendo con los de su fe y sus esperanzas. Enrumba su proa con gesto rebelado incierto, se va lejos del país que ya no duerme en paz, que ya no tiene sembrados, que se ve desordenado, sucio, feo, desolado y el ramo de laureles de los héroes convertido en una hoguera. Inevitablemente siempre mirará hacia atrás para deshacer sus distancias obligadas, incinerar sus añalejos, descoser sus sortílegos mirajes, hundir en el sopor sus esperanzas, sus dioses sitibundos, sus queridos viejos sueños.
Unos se van, se exilian, otros se quedan, nos quedamos, sabemos que nunca lo grande mortal alguno conquistará sin lucha.
Sin más posible impulso que el de la providencia, radiantes giran los planetas sin cesar, sin más impulso que el de la acción y la fe de los oprimidos cóndores, habrán de alzarse libres hasta el umbral del cielo…
En esta jornada transitoria luces de paz se avizoran en el horizonte, la constancia vuelve a retomar la lucha enfrentada a prueba de todos los reveces. Gritaremos, seguro que gritaremos un día no lejano quienes amamos esta tierra: ¡Honor por siempre honor a tu cítara eterna libertad! ¡Honor a tu gloria por siempre inmarcesible Venezuela!
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