“Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla”, nos dice César Vallejo escribiendo sobre una casa.
Lo recordé cuando leí Vida y milagros de una casa solariega, cuyo autor,el historiador Juan Alonso Molina, no sólo es un memorioso oral sino que escribe muy bien. Cuestión que le garantizó cruzar lo que pudo ser el mar de los fastidios, de una manera grata, sin la aridez que todo documento suele presentar no sólo para los legos en el asunto, sino para quienes disfrutamos un texto bien escrito.
La grata presentación de quien desapareciera inesperadamente, Jack Pérez Viacaba, entrega el contexto del tema del libro, que Molina introducirá desdela perspectiva de la subjetividad. Munido de información verificable por el lector, sortea la frialdad del documento, desde el lugar de un “yo” que recuerda y se compromete con lo que escribe, verificación válida también entregadaa la manera de crónica literaria que permite incorporarsuposiciones, sin tergiversar la verdad, contrapunteando lo que rememora, se imagina y los documentos.
“Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa.” Nos sigue diciendo Vallejo mientras sentimos como lectores, el espíritu de los dueños idos. Otros seres poblarán mañana a la que hoy es el Despacho de Abogados SVMPy su memoria quedará en la nuestra, por haber protegido el patrimonio urbano y simbólico, al recordarnos con este libro, quiénes la poblaron antes.
Poblarla de gente concreta sin que suene falso, es un riesgo que el autor toma y cabalga desde el lenguaje. Habitarla casa que fue, ver los estantes de libros que son leídos, oír el arpa y el piano sin que suene fantasmal su música, imaginar las clases y conversaciones de unas damas cultas,que bien podrían llamársele apasionadas, por la manera en que cada una pobló la casa, más allá de lo que solía llamarse “Oficios propios de su sexo” y darnos la oportunidad de recorrer los espacios físicos y simbólicos sin que se transformara en inventario de documentos y de datos, se agradece desde la perspectiva del lector.
Vida bien vivida, casa bien habitada, sin duda: “Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado”, nos dice Vallejo. Intenciones bien encaminadas, libro bien logrado decimos nosotros.
Las voces de Penélope – Casa bien habitada
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