De dictablanda a dictadura

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El denominado «proceso» iniciado en 1999 se mantuvo como especie de «dictablanda» mientras duró el difunto mandatario.

Fue su régimen un desenfrenado culto a la personalidad, sumamente autoritario, militarista y discriminatorio, apoyado en astronómicos ingresos derivados del petróleo.

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Se cometieron incontables atropellos y abusos de autoridad, y se mantuvo una represión espasmódica, más bien selectiva, nada comparable a lo que sufre hace más de medio siglo la desgraciada isla de Cuba.

Por destructivo, degradante y abusivo que fuese, es innegable que aquello contó con una relativa «legitimidad» derivada de la primera elección democrática y prolongada en sucesivas elecciones tan tramposas como las que por décadas condujo el PRI mexicano…y con similar aceptación en la comunidad internacional. Se reforzó con una carismática prédica populista que entusiasmó a gran parte del sector más numeroso, iluso y vulnerable de la población.

Toda esa relativa «legitimidad» comenzó a esfumarse durante la agonía y muerte del extinto, envuelta en mentiras y engaños, seguida de un turbio proceso sucesorio y coronada de elecciones ampliamente denunciadas como fraudulentas.

De allí en adelante todo ha ido cuesta abajo para los nada carismáticos «apparatchiks» que hoy enfrentan la inevitable catástrofe de un demencial experimento que se desintegra más aceleradamente que el antiguo imperio soviético: Sencillamente no hay chorro petrolero capaz de mantener indefinidamente a toda una sociedad parasitaria. Al colectivo se le evaporan las esperanzas e ilusiones en medio de un descalabro económico imparable.

Limitados por sus propios mitos y por diversos prontuarios, su único «escape» es intentar una verdadera dictadura cada vez más feroz e intolerante, en medio de una irresponsable huida hacia adelante, multiplicando errores a medida que se les hunde un «Titanic» con todas las calderas recalentadas.

Ante una abierta dictadura que rápidamente se despoja de toda careta ética, civilista y humana de poco sirve el tipo de oposición que alguna vez voceó frustraciones frente al tótem en virtuales pataletas al inocente grito de «¡renuncia, fuera, vete ya!».

Mientras el «proceso» corre hacia su inevitable implosión, toca a la oposición seria e inteligente mantener paciencia, calma y cordura, erguida como faro para la mayoría decente, y recordando que del apuro apenas queda el cansancio – dejando que los herederos del desastre carguen – ellos solos – con todo el peso del monstruo que ellos mismos contribuyeron a engendrar, por mas rezos satánicos que inventen.

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