La profundización de la crisis económica, titubeos en políticas públicas y varias iniciativas polémicas hicieron perder en pocos meses más de 15 puntos de popularidad al presidente venezolano Nicolás Maduro, quien dilapidó el capital logrado en las municipales de diciembre, ganadas con rebajas compulsivas de precios.
Una encuesta de Datanálisis muestra que 80% de la población considera que la situación del país es negativa y que la popularidad del heredero del fallecido Hugo Chávez cayó a 35%, mientras que Hinterlaces, una encuestadora considerada afín al chavismo, afirma que ha perdido 18 puntos en nueve meses.
«Hay una correlación directa entre la percepción de crisis económica y la caída en la popularidad de Maduro, no solo por lo que ha hecho, sino por lo que no ha hecho, resolver la escasez y la inflación. Y por lo que ha dicho que va a hacer y no hace. La percepción de la gente es que el gobierno está perdido», explicó a la AFP Luis Vicente León, presidente de Datanalisis.
Aunque no existen cifras oficiales actuales, el deterioro de la calidad de vida es evidente: salvo los productos de precios controlados, todo cuesta más que ayer pero menos que mañana, y es frecuente ver en supermercados estantes vacíos o no encontrar durante meses productos como café, azúcar o papel higiénico.
En el último índice divulgado en mayo por el gobierno, la inflación anualizada rozó el 61%, la mayor del hemisferio americano, mientras que en marzo el Banco Central registraba 19 rubros de consumo básico con «serios problemas de abastecimiento».
La patronal Fedecámaras estima que «probablemente el año terminará con una caída del 4% al 5%» del PIB.
Al gobierno le llueven además las críticas -últimamente también desde dentro del chavismo- por el colapso del sistema hospitalario, el aislamiento aéreo debido a una millonaria deuda con las compañías internacionales, o la corrupción incrementada por el estricto sistema de control de cambio y asignación de petrodólares.
El hecho de que esta situación se verifique en el país que cuenta con las mayores reservas mundiales de petróleo es para muchos indignante.
Analistas nacionales e internacionales recomiendan una serie de medidas «impostergables» ante la gravedad de la crisis, entre ellas unificar los tres tipos de cambio existentes, flexibilizar los precios de algunos productos controlados (como el de la gasolina, la más barata del mundo), reducir el gasto público o frenar la expansión de la liquidez monetaria, causantes de la inflación, la escasez y el contrabando.
Esperando «el sacudón»
Pero Maduro, un exsindicalista que creció políticamente a la sombra de Chávez, ha respondido con titubeos, anunciando en los últimos meses acciones en ese sentido, pero sin concretarlas, también debido a las posturas enfrentadas entre las distintas facciones del chavismo.
Hace casi tres meses, viene anunciando un «sacudón revolucionario», una reestructuración del gobierno que ha aplazado en varias ocasiones.
«Hay un tema de verosimilitud. Anuncia acciones, anuncia medidas, esas medidas no llegan, cuando dice que va hacer una cosa recula, hecha para atrás, como con (un aumento en los precios de) la gasolina», opina Oswaldo Ramírez, director de ORC Consultores.
A ello se agrega la polémica suscitada por otras medidas tomadas por Maduro, a pesar de que una de ellas le ayudó a ganar las municipales de diciembre: la rebaja forzosa de precios en los comercios -custodiados por militares- para combatir la inflación.
Otras, en cambio, contribuyeron a la sensación de que, para evitar costos políticos, está atacando más las consecuencias que las causas de la crisis, como los cierres nocturnos de la frontera con Colombia -por donde se escapan miles de litros de gasolina y toneladas de alimentos subsidiados- o instalar un sistema de lectores de huellas dactilares en los supermercados para limitar la venta de productos.
Pero según los analistas la pérdida de popularidad de Maduro, encarnada por chavistas desencantados y «ni-ni» (ni chavistas ni opositores) y en un contexto de debilidad en la oposición tras meses de violentas protestas, no representa una amenaza a corto plazo para la estabilidad de su gobierno, sobre todo si se compara con la baja aceptación de otros presidentes de la región, como la del estadounidense Barack Obama (38%) o el peruano Ollanta Humala (32%).
«Lo que diferencia a su gobierno es la percepción de crisis (…) Un 35% (como índice de popularidad) no da para que te saquen por la mecha pero, sin apenas margen de maniobra, tampoco da para ganar una elección», advierte Luis Vicente León, en referencia a las elecciones legislativas previstas para fines de 2015.