Sin tregua – Venezuela: ¿país potencia?

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Hace aproximadamente dos años, el hoy “difunto-supremo”, dijo que uno de sus objetivos era convertir a Venezuela en una potencia económica en esta parte del mundo, lo cual fue recogido en ese adefesio denominado “Plan de la Patria”. Pasado el tiempo, resulta que la mentada potencia murió al nacer, pues no emergió ni en este mundo, ni en el otro, y aún peor, nuestro país se ha convertido en lo que el pomposo lenguaje oficialista denominaría, una “potencia negativa”, una “antipotencia”, debido a los altos índices de inflación, los abominables niveles de corrupción y las espeluznantes cifras rojas rojitas que día a día genera la inseguridad. Ni con pastillitas milagrosas se levantará esa potencia que nos anuncian, y perdóneseme el tono fatalista.
En efecto, si algo aprendió uno en estos duros años de resistencia contra esta revolución postiza, es que cuando el gobierno hace gárgaras con cosas como esa de la “potencia económica”, debemos sacar los paraguas, porque lo que viene es aguacero de fracasos, con truenos de ineptitud. ¿Cuál Potencia? ¿Con un gobierno afanado en golpear a la empresa privada, diezmar la producción agrícola y mantener su política económica estatista? Esa manera de proceder no genera prosperidad, sino que está empujando al país hacia el abismo del desabastecimiento y la miseria. Y conste que no me refiero a eventos que se presentarán algún día, cuando las ranas echen pelos y a las gallinas les salgan dientes, sino a fenómenos que, con escalofriante actualidad, están ocurriendo ante nosotros, como lo demuestran la ausencia de productos esenciales para la ciudadanía, y las enormes colas que se forman en los establecimientos comerciales, perturbaciones cuyas raíces se hunden en las entrañas de la ineficacia oficial.
Y preocupa la terquedad de Maduro ante los mencionados eventos, pues su reacción es la de culpar a los demás del desastre, comportándose como aquel hombre que se desmayó, y en vez de volver en sí, volvió en no. Pero la culpa no es del ciego, sino del difunto que le dio el garrote, dice picarescamente el inefable presidente de la AN, suspirando por el trono. Esa táctica de culpar a otro del fracaso propio, ya la ha usado Fidel Castro, zorro viejo en ese arte perverso. Pero también el gobierno, como respuesta a estos hechos, ha apelado a la  aplicación de multas desproporcionadas y confiscatorias, contra aquellas empresas que hayan tenido la desdicha de aparecer en la mira de los francotiradores del régimen, en franca violación de nuestro Texto Fundamental. Y qué decir del “sistema biométrico”, referido al uso de las infames “capta-huellas”, con la finalidad de controlar los alimentos que la gente compra y consume. Puro racionamiento del siglo XXI. Refinada forma de control, que bien podría emparentarse con el modo como los nazis controlaban los alimentos que consumían los prisioneros en los campos de concentración.
En Los Juegos del Hambre, la escritora Suzanne Collins desarrolla una trama en una época posterior a un fracasado levantamiento popular contra un gobierno corrupto y centralizado. Uno de sus temas es el control de los alimentos, pues a los habitantes de los distritos empobrecidos mencionados en el libro, no se les permite comer más alimentos de los que asignó el gobierno. Me temo que Nicolás, entretenido  con sus maquinitas, haya comenzado su propio juego del hambre con nosotros. Ya no seremos una potencia, pues…

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