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Creo que el tiempo se acaba, o se acabó. La descomposición del país es alarmante. Llegamos al punto de no retorno. Los indicadores económicos, privados y oficiales, nos señalan que la situación es altamente delicada. Las divisas se agotaron, las reservas internacionales en punto crítico. Pdvsa tiene un endeudamiento peligroso. La escasez de los productos de la canasta básica es total, así como las medicinas y otros bienes y servicios esenciales. La inseguridad está acabando con buena parte de la población, en especial de jóvenes. El deterioro de todos los indicadores de una sociedad hace prever que algo muy grave puede ocurrir en cualquier momento. Por más pacífico que se haya comportado este pueblo. Esta apreciación no es solo la percepción de algunos pocos, de gente que le hace oposición al gobierno no, es un sentimiento generalizado, incluidos muchos sectores del gobierno y su partido. Es percepción popular. Según algunos hasta en la propia nueva “madre patria”, la isla de los Castros, están preocupados. Pero lo más grave es que quien dice conducir el Estado, parece que no tiene, o no quiere tener, idea alguna de la gravedad de la situación. Su discurso es “a futuro” y agarrado del legado del difunto para cuanta barbaridad se le ocurre. No se toman decisiones y como se sabe, no hay peor decisión que la que no se toma. El sacudón de Nicolás se ha quedado en veremos. Todo el tren ministerial, que son varios vagones, ponen sus cargos a la orden pero hasta el día de escribir esto, siguen en sus puestos. Captahuellas, precio de la gasolina, más cajeras, guerra al contrabando, cuadrantes inteligentes. Nada resulta, nada cambia. Todo empeora.
Realmente siento que ha llegado el momento en que todo el país debe asumir su responsabilidad y salir a reclamar, a exigir, a imponer, con todas las fuerzas y haciendo uso de las herramientas que nos depara la Constitución, un cambio radical de esta situación. Y en esto no debe haber diferencias de ningún tipo. Todos los que habitamos este país estamos en la obligación, constitucional y patriótica, de impedir la catástrofe. Chavistas y no chavistas, opositores y ni-nis, civiles y militares, empresarios, trabajadores, campesinos, universitarios, intelectuales, estudiantes, amas de casa, desempleados. Mujeres, hombres, jóvenes. El país entero, de forma compacta, sin diferencias y sin divisiones de ningún tipo. Nada ni nadie, ningún proceso, ni revolución, ni gobierno, ni dogmas ni doctrinas, puede tener una patente de corso para acabar con un país, con un pueblo. Fuera el comunismo.
Es hora de una toma urgente de conciencia. De amarrarnos los pantalones y las enaguas. Toda la dirigencia política, tanto de oposición como oficialista, debe unificar una estrategia para superar esta lamentable situación a la que nos ha llevado el castro comunismo y la irracional e incapaz actuación de unos pocos. Chávez murió y nos dejó un país enfermo y el actual gobernante lo ha metido en terapia intensiva con pronóstico reservado.
Los únicos que posiblemente no vean, no sientan, no palpen esta peligrosa realidad son aquellos tales enchufados, militares y civiles corruptos. Que piensan que ellos pueden salvarse así se hunda el país. Que son los menos. Venezuela es mucho más grande, es la suma de todas sus mujeres y hombres de trabajo y de bien. Venezolanos siempre, comunistas nunca.