A propósito del suicidio de Robin Williams

Me sorprendió, como a millones de sus admiradores, el suicidio de Robins Williams. Sabía que sufría de alcoholismo, pero muchos alcohólicos, con ayuda terapéutica y un entorno amoroso, lo han superado. También nos preguntamos cómo es que un actor que escogía con cuidado los temas que protagonizaba, temas siempre relacionados con la alegría de vivir, la tolerancia, la paz y el entendimiento y que siempre promovía buenas causas, terminara suicidándose. Ciertamente, es fácil confundir al actor con los personajes que representa.
El suicidio siempre ha sido un tema emocionalmente muy cargado y la presencia de valores religiosos no facilita su compresión. El suicidio casi siempre está asociado a estados de profunda depresión causados por crisis amorosas, pérdidas del honor, desesperanzas, enfermedades terminales o muy dolorosas, irremediables sentimientos de culpa, pérdida del sentido de ser útil a otros, rechazo social, angustias por un futuro que se percibe como muy duro…
Una de las cosas que me sorprendieron acerca del suicidio de Williams es la cantidad de personas que lo condenaron sin hacer el intento de comprender su situación o sentir la más mínima compasión que merece una persona que seguramente estaba profundamente adolorida. Lo condenaron acusándolo de irrespetar la ley de Dios, independientemente de cuán difícil pudiera ser su situación. Entre cristianos y musulmanes fanatizados no parece haber diferenciasesenciales entre lo que ambos le hacen a los que violan sus respectivos textos sagrados. ¿En que quedan la compasión y la caridad cristiana? ¿De verdad Dios es tan duro, terrible y cruel como creen muchos de sus seguidores?
Hay tres derechos que poco a poco se están abriendo camino en las sociedades avanzadas: el derecho al suicidio, el derecho a la homosexualidad y el derecho al aborto. Los tres son asuntos difíciles y espinosos y deben ser discutidos alejados de ese espíritu de jauría que se presenta cada vez que se tocan estos temas.

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