La única palabra de todos nosotros y de nadie es el yo. Yo soy yo como todos los demás lo son. Los yoes individuales como el mío que siempre me representa sin ser, para nada, un nombre, mi nombre. Ese yo de los yoes de los demás es para mí túes. Y yo para ellos igualmente soy sus tú.
Desmadrado del laberinto psicológico y sociológico, el yo tiene una sola forma y una sola pronunciación. El yo es, ha sido y será la palabra del idioma que en sustitución del nombre y en representación del ser como ente y del ser en su nombre nos identifica como la persona una, como la individualidad intransferible. Ese yo que reina en la individualidad y que es en cada uno se desdobla cuando se trata de identificar al otro. El otro pierde para el nombrante, el que le nombra, el ser de su yo, de su individualidad. Es, entonces, el tú de su yo para quien le nombra.
En ese intercambio de personas entre la primera y la segunda: entre el yo y el tú, la identidad que se presenta como representación individual, una, se desdobla en mí cuando el otro en función de ejercer su derecho da nombrarme, escamoteándome mi propio yo, al referirse a mí haciendo tambalear feamente la significación identificadora me transfiere al tú. Soy para él, ni más ni menos, que tú. El yo, en todo caso, es expropiado de su representación y significación; mientras el tú asume con desvergonzada propiedad mi yo en el tú. Este mismo proceso de expropiación es valedero para todos porque sin excepción todos los yoes, en razón de esa propiedad de estas dos primeras personas, al referirnos al otro, lo hacemos por expropiación y cambio del yo por el tú.
El yo y el tú son como se discierne intercambiables; el yo intransferible sigue siendo en cada cual su yo, pero para que se articulen, al referirnos al otro, al del frente, al que ocupa un lugar que no es el mío, al que no siendo yo, para mi yo, en su yo es puramente tú. El tú como segunda persona es una representación de la representación del yo en ausencia. Y debido a la intransferibilidad de la primera persona, la segunda persona salta del yo suyo al yo otro para representarlo con el tú.
Menudo laberinto se traen estas dos primeras personas de los pronombres personales del idioma. Como se deduce, una fija e intransferible y la otra transferible. En nombre del yo el tú se acomoda para nombrarlo. ¡Cosas de ellos!
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