El que matraquea vence

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Desde que tengo memoria escuché decir en mi casa que “el que persevera vence”. La perseverancia como un valor agregado al trabajo, la perseverancia como lema de vida. Aquella lección me sirvió para cuando me convertí en madre de una niña especial, pues con su perseverancia, la mía y una enorme dosis de amor, hemos logrado grandes cosas. Sin embargo, me duele comprobar a cada rato que en esta Venezuela de hoy no es quien persevera el que vence, sino el que matraquea.

La matraca se ha institucionalizado. Prácticamente no existe un lugar en donde –de una manera u otra- no matraqueen. En unos es claro y directo “tienes que cancelar tantos miles de bolívares en efectivo para la doctora”, en otros, solapado detrás de un “eso podemos arreglarlo de otra forma”.

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Lo peor es que el sistema de matraca es tan sofisticadamente perverso que muy difícilmente saldremos de él. Si usted se pregunta por qué algo funciona tan mal cuando es fácil que funcione bien, sospeche que hay matraca por detrás… o por delante. Pongo un ejemplo simple: mi hija tenía pasaje para salir de Venezuela y la ruta que tenía fue cancelada por la línea aérea. Tuvo que emprender un periplo maratónico de esos que aparentemente se convertirán en el devenir de todo venezolano que quiera salir del país, como lo es salir por Cúcuta. Sí, el aeropuerto Camilo Daza de la ciudad de Cúcuta es, por obra y gracia de la deuda bolivariana, el aeropuerto internacional más importante y con más tráfico de Venezuela. Pero llegar a Cúcuta es una odisea. Todos los vuelos al Táchira están llenos. Ella llegó al aeropuerto sin pasaje y el empleado de una aerolínea le dijo que por Bs. 3000 “la montaba en el avión”.
Es decir, que no es que no haya cupo. Es que los cupos están bloqueados y se desbloquean –pago mediante- a un empleado de la aerolínea. Y las quejas ante cualquier organismo público no prosperan. Porque las comisiones de las matracas pican y se extienden. Todos comen de la torta.
Henri Bergson escribió sobre pueblos de moral abierta y moral cerrada. Los primeros son quienes cumplen las leyes por la convicción de que son buenas para ellos. Los segundos, por el temor al castigo. Si hubiera conocido Venezuela en el s. XXI hubiera escrito también sobre los pueblos sin moral. Y lo peor es que «el que matraquea vence» no nos parezca una tragedia.

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